Cs quiere liberar Andalucía del régimen al que apoyó

DAVID GISTAU-EL MUNDO

Por primera vez, expresa que aspira a pactar con el PP un Gobierno regional

Una contradicción argumental sobrevuela toda la campaña de Ciudadanos en Andalucía. Que consiste en ofrecerse como la flamante herramienta emanada de la sociedad civil, no de las cadenas de montaje de cuadros operadas por los partidos, que habrá de acabar con un sentido patrimonial peronista del PSOE que controla la región desde hace 40 años. Una «losa» sobre los andaluces, dicen los oradores de Ciudadanos en sus actos. Un régimen clientelar y corrupto que hace necesaria la ventilación. Un armatoste de poder «esterilizador» que aplasta las posibilidades de la juventud –47% de paro joven– e impide surgir el talento natural de su sociedad. Una red de «fundaciones fantasma» extractivas. Un maná derramando abundancia sobre los prostíbulos.

Claro, la pregunta es inevitable. Si el PSOE y Susana Díaz representan todo eso, y sólo Ciudadanos y Juan Marín disponen de capacidades curativas para evitarlo, ¿por qué leches Ciudadanos y Juan Marín prolongaron con su apoyo el tormento durante una legislatura entera durante la cual el PSOE habría tenido la oportunidad de potenciar aún más sus dañinos efectos sobre Andalucía? A esta pregunta, los jóvenes spin-doctors del entorno de Rivera responden que al menos arrancaron el final del impuesto de sucesiones y que aquello se hizo para evitar que gobernara Podemos. Respuesta a la cual sucede un pregunta inmediata que delata una contradicción de la contradicción. Entonces, ¿Susana Díaz no es tan nociva para Andalucía y volverían a apoyarla si de nuevo existiera el riesgo de que lo hiciera Podemos? En algún momento, el exceso de contorsiones provoca la dislocación del hueso.

Sevilla, mañana del sábado. Sol. Remeros en el Guadalquivir junto al muelle de Delicias. Familias que van hacia las taquillas del acuario. El acto de Ciudadanos, al aire libre, es modesto y apenas congrega dos centenares de sillas alrededor del atril. Los asistentes dan esa impresión urbanita, aseada y más bien joven que se corresponde con el retrato robot del partido. A primera vista, al situarle cerca el oído, parece gente que dejó de confiar en el cotarro de la política profesional pero que jamás se lanzaría a experimentos revolucionarios. Tanto es así que se conminan los unos a los otros a no entorpecer el carril bici: ni en un concierto de pop hay tanto civismo, en Ciudadanos no se alista nadie para vivir peligrosamente y conocer mundo, como los legionarios de Beau-Geste.

Albert Rivera cojea porque se desgarró un gemelo intentando alcanzar una dejada que le hizo –perdonadme– su profesor de tenis. Se le está haciendo dolorosa la actividad durante la campaña pero sabe disimularlo cuando se expone a sus simpatizantes. Inés Arrimadas, vestida con una blusa blanca y una chaqueta verde, parece haberse disfrazado de bandera andaluza. O de hincha del Betis, dada la cercanía de Heliópolis. Como Rivera, Arrimadas ha sido importada a Andalucía para que compense con su indudable tirón las carencias carismáticas de los candidatos locales. Véase Imbroda, un tipo estupendo por muchos motivos, pero que acredita su condición de alternativa al bipartidismo diciendo que una vez le ganó una semifinal no recuerdo si al Real Madrid o al Barcelona. Me aseguran que el acento de Arrimadas adquiere aquí una ligera inflexión andaluza que no se le aprecia en el Parlamento catalán, pero la verdad es que no me doy cuenta. Jerezana de nacimiento, es admirada por sus prestaciones oratorias contra el nacionalismo en Cataluña, por su capacidad de arracimar allí a los constitucionalistas, y por la victoria electoral que obtuvo contra otra forma de poder patrimonial. Es la ídolo del rock de Ciudadanos y trae un aire como de haber pisado primera línea. Consciente de ello y de lo que se espera de su personaje, insiste mucho en ser la demostración viva de que nada es imposible y de que un partido que arrancó hace una década juntando voluntarios en precario puede voltear cualquier maquinaria orgánica por más apuntalada que esté por los cimientos clientelares. Insiste tanto en ello que por momentos parece que está vendiendo una fórmula milagrosa, como un representante de crecepelos puerta a puerta. Juan Marín, tan taxi de Clement Atlee todo él, asegura que los andaluces no se merecen el Gobierno que él sostuvo. Habla mucho de que los andaluces no deben sentirse menos que los demás como en una extraña terapia de grupo que le destapa un matiz sacerdotal. Luego proclama que «¡ahora sí!» con un entusiasmo que provoca una emoción descriptible. Revolotean las banderitas de plástico a tiempo de liberarnos para el aperitivo en Santa Cruz.

Cádiz, mañana del domingo. Una lluvia colérica. Acto en el Palacio de Congresos algo deslucido, uno de esos en los que nadie se queda fuera. Aunque las encuestas indiquen su subida, Ciudadanos no acaba de vibrar en Andalucía y carece de una osamenta amplia que le permita transportar a los mítines militantes de atrezo. Era inevitable que Rivera se embadurnara de legitimidad liberal en el santuario gaditano de 1812. El argumento lo introduce el telonero Sergio Romero que, vestido y peinado igual, sin las gafas de ver de lejos parece un miniyó de Rivera –o de Casado–. De repente, y sólo por el hecho de encontrarnos en Cádiz, Rivera es la emanación de la Pepa, como antes lo fue de Adolfo Suárez, cuyo hijo le ha madrugado Casado, y de Nick Clegg. Rivera hace una descripción del valor de la democracia liberal opuesta al populismo que obviamente constituye un discurso pensado para la dimensión nacional. Se vincula a la «tercera España», la que huyó a París en aquellos tiempos de polarización ideológica que sin duda ofrecen parecidos con este actual en el que han aparecido hasta las primeras personas desde Pavía que creen que en el Parlamento se entra a caballo. En Sevilla ya lanzó andanadas a los Pimpinela –Sánchez y Casado– que fingen odios teatrales pero luego se las arreglan para apañar pactos de casta. Arrimadas ya parece algo aburrida y se repite: su causa es otra, sin duda más épica. Juan Marín se dice especialmente emocionado por estar en casa pero emocionado es igual que sin emocionarse. Por primera vez, expresa sin ambigüedades que aspira a pactar con el PP un Gobierno para Andalucía.