Cuando insultar a una fiscal es libertad

LIBERTAD DIGITAL 14/02/17
PABLO PLANAS

· Como se trata de nacionalismo y nacionalistas, los verdugos se consideran las víctimas, mártires por la democracia y personajes para la Historia.

El exjuez y exsenador de ERC Santi Vidal es un caso de manual de doble personalidad política. Por un lado, es hombre cercano, amable, parlanchín y chistoso. Por el otro, se dedica a observar el comportamiento de sus excolegas de cara a las purgas posteriores a la proclamación de independencia. Como se recordará, en un arrebato de chispeante sinceridad advirtió a los asistentes a una conferencia de su partido de que, en materia fiscal, todos los catalanes estaban fichados; y de que, en la ideológica, jueces, fiscales y los abogados más importantes, también.

Marta Pascal, la coordinadora general del PDEcat (la nueva Convergencia o Pedocat, según los críticos), también viene con dos versiones de serie: la diputada joven y modosita con vocación de reconstruir la virginidad moral del partido del 3% y la vocera que considera que llamar «puta», «hija de puta» y «fascista» a la fiscal jefe de Barcelona, Ana Magaldi, es libertad de expresión.

Esta Martita, que parece la versión laica y xirucaire de sor Lucía Caram, ha respondido a la nota de la Fiscalía General contra el acoso nacionalista a la Justicia en general y a Magaldi en particular que quien presiona a jueces y fiscales es el Estado marrano de la España ladrona y el Gobierno gorrino del PP.

Magnífico. Llegará lejos esta individua. De momento, ya ha superado al poste de normalizar que a una mujer se le escupa «puta» a la cara siempre que la aludida no sea de su cuerda. Cabe recordar, por ejemplo, el caso de Anna Gabriel, que a separatista no la gana nadie, pero que recibió ese insulto y otros más por parte de la parte convergente de las redes sociales cuando vetó con éxito que Mas fuera designado de nuevo presidente de la Generalidad.

Uno de los mantras del catalanismo, excepto la CUP, es que el proceso separatista es «cívico, pacífico y festivo», pero lo cierto es que menudean las excepciones. Un día se le da una paliza a dos mujeres que llevan una camiseta de la selección; al otro se ataca una sede del PP o de Ciudadanos; el siguiente, el dirigente de C’s en Hospitalet se lleva un bofetón en una carpa del partido; la víspera, el balcón de un ciudadano de Vich aparece lleno de mierda porque ha puesto una bandera española; el día después, las siglas de un partido están en una diana; a un concejal del PP se le grita «cabrón» de lejos cuando pasea el perro; los jóvenes de Sociedad Civil Catalana son agredidos en la Universidad Autónoma, etcétera, etcétera.

Como se trata de nacionalismo y nacionalistas, los verdugos se consideran las víctimas, mártires por la democracia, héroes de la independencia y personajes para la Historia. El mal es contagioso. Artur Mas se comparaba en un programa emitido el domingo por la noche en TV3 con Rosa Parks, la mujer negra que ocupó un asiento para blancos en un autobús de Alabama. Una nueva personalidad del president, que ya se nos ha mostrado como Moisés, Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela y Lluís Companys.

Dado que Mas ya se ha pillado los mejores personajes del sanatorio, a los demás cabecillas nacionalistas les queda la morralla: Napoleón, Calígula, Nerón, Freddy Krueger o el más popular Hannibal Lecter, que se lo ha pedido Quico Homs para su juicio en el Supremo del 27 de febrero.