Alberto Ayala-El Correo

Arrancan oficialmente las negociaciones para la formación del nuevo Gobierno. Y lo hacen entre órdagos esperables, sí, pero no por ello menos peligrosos.

Los socialistas, encantados de conocerse con los 123 diputados cosechados en las urnas (de un total de 350), insisten en jugar hasta el último segundo una carta no sé si imposible pero sí altamente improbable: que PP y/o Ciudadanos emulen al PSOE que hace dos años regaló la reelección a Rajoy y confirmen a Pedro Sánchez en La Moncloa, para que no tenga que depender de la izquierda de su izquierda, de nacionalistas y de independentistas.

Las circunstancias, sobra recordarlo, no son las mismas. El gran beneficiario de la operación ya no se llama Mariano sino que es quien empecinadamente defendió el ‘no es no’, por lo que fue descabalgado del poder por los suyos para luego reconquistarlo gracias a las bases.

En una negociación política nunca hay que cerrar por completo ninguna posibilidad, por inverosímil que parezca hoy. Como que conservadores y/o liberales terminen por mantener a Sánchez en el poder, según cómo se desarrollen los acontecimientos en verano. Porque mucho me temo que las negociaciones pueden ir para largo y que no decanten un resultado hasta septiembre.

Con esta cautela, en lo que estamos ahora es en el arranque de las previsiblemente duras y complejas negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos. La única base sobre la que Sánchez puede construir un ejecutivo de centroizquierda con el PNV, el PRC y Compromís, entre otros. Y en cualquier negociación es habitual que cada actor eleve sus exigencias de partida para luego ir dejándose pelos en las gateras.

En ese sentido cabe entender que los socialistas insistieran ayer a los podemitas en que de Gobierno de coalición con ministros morados nada de nada. Que hoy por hoy los de Iglesias «no añaden sino que pueden restar». Ábalos ‘dixit’.

El flamante ‘número tres’ socialista tiene su parte de razón (CC ha dicho que no apoyará a Sánchez si pacta con UP), pero no le escuché decir lo mismo cuando Iglesias se empleó a fondo para echar a Rajoy. Y tampoco en los meses en que UP apoyó gratis a Sánchez en La Moncloa.

Los morados insisten en el arranque de los contactos en que sólo apoyarán la investidura del líder del PSOE si tienen ministerios en el nuevo Gobierno. Acorde con el varapalo en las urnas, ya no piden el CNI ni Defensa ni otras carteras de Estado. Pero sí ministerios sociales como Trabajo para su líder.

Pero resulta preocupante que centroizquierda e izquierda de la izquierda, exhibiendo una dudosa responsabilidad de Estado, dejen abierta la posibilidad de que se tenga que ir a unas terceras elecciones si al final no se ponen de acuerdo. El PSOE parece confiar en que de darse tal circunstancia el electorado castigaría a Podemos. Estos, que han salido muy tocados del 26-M, o lo ponen en duda o se agarran a aquello de que ‘más vale honra sin barcos que barcos sin honra’.

De producirse esa nueva llamada anticipada a las urnas existe otra posibilidad que seguro no es del agrado ni del PSOE ni de UP: que las tres derechas, que hoy no suman mayoría, sí lo hicieran y pudieran optar a recuperar el poder.

Todo un matiz que el PSOE haría bien en tener presente cuando minusvalora a un Podemos al que necesita. Y viceversa, claro.