ARCADI ESPADA-El Mundo

DE JÓVENES, uno de los motivos para ser de izquierdas era la cursilería de la derecha. Estaba en su catolicismo, en su literatura, en los modos de exaltación de la patria y en sus camisas winchester. La derecha era puramente pollyanna, aquella novela de Eleanor Porter, luego gran éxito en el cine. Santiago González, el memorión, me narra una escena cumbre. «La pobre huérfana quería una muñeca y en la tómbola le tocaron unas muletas. Como era huérfana, que no coja, no se amilanó: ‘Estoy tan contenta de no tener que usarlas…’». Pollyanna era el ser más bueno y cursi de la tierra hasta la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero y aquella su memorable presentación de credenciales: «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento». La importancia decisiva de Zapatero en la política española se aprecia cada día y en múltiples frentes, todos vinculados con el mal, la inanidad y la ignorancia, dramáticamente encarnados en La continuidad de Carmen Calvo, que así va a llamarse esta gran novela española que hoy empiezo a escribir. Pero pronostico que el paso de los años revelará que su mérito principal estuvo en arrebatarle la cursilería a la derecha para dársela al pueblo.

Así se pone de manifiesto en la actividad de sus dos descendientes principales, Doctor Sánchez y Pablo Iglesias. La influencia se advierte en sus políticas sonámbulas, pero sobre todo en su ansia infinita de cursilería. Uno y otro han dado recientemente a la imprenta dos piezas notables. La de Iglesias relata su experiencia de padre de gemelos prematuros y la de Sánchez su proceso de conversión en doctor. Esta última se completó al día siguiente con un par de ilustraciones que hicieron sus hijas por encargo de su canguro Iván y que decían te quiero papi. Es sabido qué implacable evaporación sufren, en general, los sentimientos exhibidos. Por eso conviene llorar poco, aunque sea a solas. Cuando esa exhibición se mezcla con los intereses, en este caso políticos, es frecuente que la cursilería ocupe el lugar de los sentimientos y pringue con su larga lengua de almizcle cualquier resto de sencillez y de nobleza.

Entre todas las impunidades de la izquierda la estética está poco descrita y es francamente insoportable. La constante insistencia de sus cursilinos, por no hablar de sus ursulinas, en su condición humana, humanísima, está ya amortizada. Sabiendo ya que son hombres y mujeres que sienten, deberían centrarse ahora en la demostración, ciertamente dificultosa, de que son políticos y razonan.