De Mefistófeles a Fausto

EL MUNDO 09/08/16
LUIS MARÍA ANSON

LOS CALORES caniculares le han dejado flácida a Pablo Iglesias la capacidad para la invectiva. Instalado en la estólida casta antes denostada, calla ante el espectáculo circense que vive la política española. Los columnistas que permanecen en Madrid se gastan la calderilla que les queda en los bolsillos para desdeñar al Podemos veterotestamentario. Francisco Umbral, que era un pistolero de la metáfora, y el mejor de todos, hubiera disfrutado mucho escribiendo sobre algunos cenutrios de la estacada política.

Nadie sabe bien a qué juega Albert Rivera. La abstención de Ciudadanos es una finta que contribuye al bloqueo de la situación. La palabra fértil de Josep Borrell lo ha explicado muy bien. Si Rivera se decide por el sí, una decena de diputados socialistas podrían ausentarse del Congreso dando paso a la investidura. Eso permitiría al Pedro Sánchez agónico superar el último suspiro porque su partido se mantendría en el no. Aparte de que no se puede descartar que el PSOE, tras el sí de Rivera, negocie la abstención sobre la base de exigentes medidas programáticas. A quien corresponde marcar el paso no es a Sánchez sino al líder de Ciudadanos. Muchos de sus partidarios se manifiestan hartos de cómo está mareando la perdiz.

Mefistóteles zarandeó a Fausto para espetarle: «Soy el espíritu que siempre dice no». Pedro Sánchez está más con Marlowe que con Goethe, enrocado en la negativa. Por eso se esfuerza día tras día porque él y sus cómplices se mantengan en el no, tras las huellas fugitivas de una investidura de Frente Popular ampliado. Sabe que solo el fracaso de Rajoy puede salvarle del incendio que se producirá en el Congreso del partido. Sabe también que él saldrá achicharrado. Por eso maniobra bajo cuerda para asaltar la Moncloa con los votos de Podemos y de todos los partidos secesionistas y minoritarios. Algún día alguien levantará el velo de esas negociaciones subterráneas y enmascaradas.

Lo que pasa es que las campanas de los pesos pesados del partido, «nervio del ojo que miró a tu bronce», atruenan. Empezó a tañerlas Josep Borrell. Le secundó Felipe González, el hombre de Estado que engrandeció al PSOE. Se sumaron después Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Bono y Joaquín Almunia. Finalmente, José Luis Rodríguez Zapatero. Todos ellos han expresado un no rotundo a las terceras elecciones. Todos ellos afirman que el PSOE, de una u otra forma, debe dar paso a un Gobierno en precario de Mariano Rajoy. En las radas del puerto socialista de Ferraz están almacenados largos años de experiencia y de pragmático sentido político. El personalismo de Pedro Sánchez no debe deteriorar al partido. Joaquín Leguina lo ha explicado muy bien en un artículo espléndido. La política de Pedro Sánchez se centra sustancialmente en el intento de salvar su pellejo. Es una enredadera de la que cuelgan los zarzillos del personalismo y la supervivencia.

Y menos mal que la España asqueada, que desprecia cada día más a sus políticos, se despereza ahora ante la calma del estiaje, en esta mañana del verano emputecido, con las rosas socialistas cada día más malicentas, las noruegas desnudándose en las playas y la investidura lejana.

Luis María Anson, de la Real Academia Española.