De Rajoy a Lampreave

EL MUNDO – 06/04/16 – ANTONIO LUCAS

· Jordi Évole fue a Moncloa a entrevistar a Mariano Rajoy y la expectación cayó en Évole. Sobre todo cuando al inquilino en funciones le asomó la mudez en funciones por detrás de la barba en funciones. Cómo podría soportar tanta nada un hombre que pregunta. Así que la entrevista quedó también en funciones a pesar de la buena redada de temas que desplegó el periodista. Ya vieron ustedes el resultado: muecas, gestos, el enredo de los dedos con el sacapuntas, la boca atravesada de afasias y ese silencio aplausivo que impone el presidente funcional para quitarse de en medio cuando le dan vara con algo tan abrumadoramente exacto como la corrupción que unta su partido.

No estaba hablando un político, sino la carpintería de un individuo con alma de aparador convencido de que el mejor gobierno se hace callando o, como mucho, con una cierta unanimidad de frases huecas. Aquí un par de ejemplos: «Así es la vida…». O mejor: «Como todo en la vida…». Desbordante. En la responsabilidad de la corrupción entre los suyos se quitó todo mérito. En la subida del IVA cultural respondió con la ferralla muerta del idioma. Y cuando Évole le preguntó sobre la crisis de los refugiados volvió al escaqueo como esos tipos de muela floja a los que se les va el aire y la razón por los huecos de la encía. No había presidente, sino un espectro con maneras de koala embalado al fracaso, aunque al final tuvo algo de éxito repartido entre cierta coña condescendiente y ese caminar a pies juntillas por el repecho perezoso del «y yo que sé».

La entrevista de Évole fue buena de forma. Pero Chus Lampreave, que en paz descanse, le habría dado más swing con los mismos temas. Esta mujer se apoyaba en una molécula de desconcierto como no tienen tantos políticos. Digamos que su autenticidad era una mezcla de aire rural y gracia de hueco de escalera, juego desde el que se fue haciendo un poco nuestro ídolo. Tiene razón Juan Soto Ivars cuando apunta que en Salvados irrumpió un holograma más que un presidente. Otro de los problemas de Rajoy es que no quiere huir de su propio tópico, fijado en esa fórmula muermazo de ser un «señor de Pontevedra». Y da igual si sonríe, porque es peor.

Dijo que los abusos y desmanes de tantas gentes de su partido son meras afrentas condenadas a olvidarse, porque él ya las ha olvidado. «Usted me pregunta cosas que yo no… que yo no sé decirle». El líder del PP es, de todos los ex presidentes (o presidentes en funciones), el que escenifica mejor su drama político: «Moncloa, a veces, se me cae encima». Aprovechando esta sencilla y eficaz doctrina de no dar ideas, Évole demostró que la elocuencia también puede llegar a ser un oficio de tinieblas. Mejor que dedicarse afanosamente a explicar las cosas es que las cosas se expliquen solas. Rajoy está convencido. Como si las cajas de puros de Bárcenas pudieran hablar. Como si el enfoscado de los techos de la ampliación de Génova pudiera decir quién pagó con dinero negro las peonás. Una hora de televisión más tarde, el respetable salió loco de tanto apaño tópico y muecas del revés. E ahí un presidente.

Está claro. Si hay que elegir, me quedo con Lampreave. Por coherencia. Por simpatía. Y por respeto. «Como todo en la vida».

EL MUNDO – 06/04/16 – ANTONIO LUCAS