De Sabino Arana a Lluís Companys, el fin del franquismo académico

 

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El nuevo diccionario biográfico español de la Academia de la Historia ayuda a la elaboración de un relato compartido del pasado español a través de sus 45.000 protagonistas ya fallecidos

El pasado día 3, en un acto muy relevante en el Palacio de El Pardo, se presentó ante los Reyes el diccionario biográfico español —esta vez electrónico—, muy diferente al que se lanzó en papel y con enorme polémica en 2011. Lo ha elaborado, como entonces, la Real Academia de la Historia, que dirigía Gonzalo Anes y ahora Carmen Iglesias. Y lo han patrocinado dos grandes compañías, Telefónica y La Caixa. En la redacción han intervenido miles de historiadores (4.000). La diferencia entre aquel diccionario y este es sustancial. No solo porque el de 2011 fuese una edición en papel y el actual sea digital, sino porque el enfoque es absolutamente diferente.

Para empezar: el vigente (el anterior se ha convertido en un pieza bibliográfica de indudable valor para los coleccionistas) solo recoge las biografías de personalidades ya fallecidas (45.000), y para continuar, los autores de miles de biografías son diferentes a los de 2011 y utilizan un tono descriptivo, sobrio, casi lineal y con escasez de adjetivos que permite una lectura en la que el lector observará, además de exactitud en los datos, una particular ecuanimidad.

Para redactar esta crónica, he entrado en decenas de biografías, especialmente en las de personalidades muy polémicas que siguen proyectándose en el presente español. Por ejemplo, en la de Sabino Arana y Goiri, fundador del nacionalismo vasco (PNV), que es tratado de manera lineal (“ideas raciales y religiosas”) contando cómo fue su vida y los rasgos de su ideario, pero eludiendo juicios de valor o adjetivos calificativos que puedan provocar polémicas o controversias. Lo mismo ocurre en otra biografía siempre polémica, como la del expresidente de la Generalitat de Cataluña Lluís Companys, que en 1934 protagonizó la asonada separatista en pleno periodo republicano. El relato de su trayectoria es frío y detallado, y se recoge su final (“torturado de palabra y de obra” por los franquistas) con un extraordinario rigor. Podría extenderme en otras biografías que en 2011 agitaron al mundo académico y mediático, además del político, y que han recuperado una redacción científica.

Fuentes de la Real Academia de la Historia destacan que el diccionario biográfico es una de las grandes obras de la entidad y que ha supuesto un enorme esfuerzo de elaboración y revisión. La significación de esta gran iniciativa de la RAH es y será enorme. La más importante consiste en certificar el final del llamado ‘franquismo académico‘, es decir, la tendencia inercial a continuar con los tópicos biográficos casi inveterados que resultaban complacientes con determinados personajes y peyorativos con otros.

Se trata, en consecuencia, de un hito, desde luego, académico, pero también político. Un hito profundamente renovador y conciliador que habría que insertar como un logro en la reformulación de la memoria histórica. El hecho de que este hito lo haya protagonizado la Real Academia de la Historia, tradicionalmente de tendencia conservadora, apegada a las tradiciones, supone la superación de convenciones historiográficas y la proyección de una nueva forma de contemplar las trayectorias de españoles de todos los bandos ideológicos y de distintas condiciones y épocas.

El esfuerzo se ha centrado especialmente en los personajes del franquismo y del antifranquismo y en los líderes históricos de los nacionalismos

El esfuerzo ha sido general, pero se ha centrado especialmente en los personajes del franquismo y del antifranquismo y en los líderes históricos de los nacionalismos tanto vasco como catalán. Por supuesto que no faltan quienes siguen detectando omisiones o interpretando que las biografías de unos o de otros solo merecen elogio o reproche.

La Academia de la Historia se ha sabido sustraer a esa dinámica y ha optado por unos criterios de extrema asepsia científica y documental, recurriendo a especialistas contrastados —académicos o no— cuya autoridad profesional es muy difícil poner en duda. Todo ello comporta un efecto importante para otra de las reales academias españolas: su conexión con la España actual, demostrando su capacidad para detectar la necesidad de una historiografía que deje la militancia y responda solo a la demanda de conocimiento basado en datos susceptibles de objetivación.

Ha llamado la atención, no obstante, que pese a la gran trascendencia académica y política del diccionario biográfico español, que sustituye y enmienda al de 2011 (será una fortísima competencia para Wikipedia), los medios de comunicación y la clase política no hayan reconocido esta obra como un enorme paso para la convivencia y, especialmente, para la convergencia general en el acuerdo sobre un relato del pasado español a través de sus protagonistas. En cierto modo, lo contingente de la política española ha engullido —esperemos que de forma provisional— un diccionario biográfico español que explica la relevancia de disponer de una muy plural Academia de la Historia, una institución que se ha hecho irreversiblemente imprescindible.