Decadencias

JON JUARISTI – ABC – 25/06/17

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Lo que más fácil y rápidamente decae es siempre la libertad.

Todo decae, todo empeora, todo se degrada. Cuando al filósofo norteamericano William James le preguntaron por qué negaba el libre albedrío, respondió: “no tengo otra opción”, lo que parece un chiste, pero era, en realidad, una tautología. Preguntada Susana Díaz si está de acuerdo con el cambio de posición del PSOE respecto del tratado de libre comercio de la UE con Canadá, responde que no tiene otro remedio, lo que parece una tautología, pero, en realidad, es un chiste.

Hace tan sólo diez o quince años, los socialistas que disentían con Rodríguez Zapatero, como Guerra o Leguina, justificaban su apoyo a las iniciativas del ejecutivo apelando a la disciplina de partido. Les coleaba aún, de su juventud gramsciana, aquello del partido como intelectual colectivo. Suponían (erróneamente) que todos los militantes socialistas juntos pensaban mejor que los más listos de sus dirigentes por separado. Tonterías. En los asuntos graves, la renuncia a discrepar en aras de la disciplina de partido suele llevar en derechura a la catástrofe, como lo demostró el PSOE de Rodríguez Zapatero. En el PSOE póstumo de Pedro Sánchez y Margarita Robles, la disciplina de partido se sustituye lisa y llanamente por el qué remedio, a lo Susana Díaz. A la fuerza ahorcan, que decía mi abuela.

Hablando de ahorcar, el 25 de agosto de 1825 fue ahorcado en Madrid, tras ser arrastrado al patíbulo en un serón, Pablo Iglesias. No me refiero a Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE, o sea, de los muchos PSOEs, de los que su segundo apellido resultó ser un anagrama profético u ominoso. Tampoco me refiero a Pablo Iglesias Turrión, que no había nacido todavía, sino al general Pablo Iglesias González, el jefe de los Coloraos, aquellos cuarenta y ocho valientes liberales que zarparon de Gibraltar en la noche del 6 de agosto de 1824 para tomar Almería, mientras el coronel Valdés se dirigía con los suyos a Tarifa. La intentona fracasó trágicamente (Torrijos la imitaría con análoga mala fortuna siete años después).

El ayuntamiento de Almería me invitó a pronunciar el pregón de los Coloraos en 2004, y desde entonces me comprometí a guardar y hacer guardar la memoria de Pablo Iglesias (González). En el pregón de los Coloraos, por cierto, suenan, junto al de Almería, tres himnos reconciliados por la historia de la revolución liberal: la Marsellesa, la Marcha Real y el himno de Riego. De Rafael Riego, que también fue al cadalso, como Pablo Iglesias González, arrastrado en un serón. Bueno, pues eso: que también los Pablo Iglesias decaen, como todo.

Pero lo que más rápida y fácilmente decae es la libertad, o sea, la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, las cuales poco o nada tienen que ver con la la llamada libertad de esfínteres, que emana más bien de los libertinajes del Antiguo Régimen. Por eso, cuando la transgresión se convierte en norma, se impone a la vez la corrección política, que no es otra cosa que la censura ejercida sobre la comunicación pública por la mayoría tendencialmente libertina: una especie de policía de costumbres al revés, ya prefigurada en las ensoñaciones de Fourier y antes todavía en las del marqués de Sade.

Pues bien, en ello estamos. Por eso me parece tan de nuestro tiempo, tan fatalista, tan desoladora y, al cabo, tan derrotista la respuesta de Susana Díaz. Qué remedio. A la fuerza ahorcan. Pero bueno, ¿es que no cree usted en la libertad? Ya, y, según su señoría, ¿qué otra opción me queda, que diría William James? ¿Morir con la espada en la mano defendiendo la Constitución, como Riego, como Iglesias? ¿Qué Iglesias? Don Pablo Iglesias González, el famoso liberal. ¿Liberal? Ahora no hay de ese percal… .

JON JUARISTI – ABC – 25/06/17