ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

En su narcisismo, Sánchez se considera merecedor de gobernar con 123 míseros escaños y el apoyo incondicional de Podemos o Ciudadanos

PEDRO Sánchez tiene un altísimo concepto de sí mismo. Tanto, que se considera merecedor de presidir el Gobierno de España con 123 míseros escaños y el respaldo incondicional (subrayo incondicional) de Podemos o Ciudadanos, cuando él mismo negó ese derecho a un Mariano Rajoy que había alcanzado la misma cifra de asientos en diciembre de 2015 y le ofrecía un pacto de Estado destinado a gobernar juntos. Tal fue entonces la obstinación de nuestro narcisista presidente en funciones, que unos meses después, tras la repetición electoral de 2016 y el crecimiento del PP hasta los 137 diputados, se obcecó en el «no es no» y trató de construir una mayoría alternativa tan monstruosa que su propio partido se vio obligado a defenestrarlo. El resto de la historia es conocido. Campaña victimista en busca del voto de la izquierda más sectaria y resentida, regreso triunfal a lomos de una militancia radicalizada (como todas las militancias con respecto a los votantes) y victoria justita en las urnas, celebrada en la calle al grito de «¡Con Rivera no!».

El líder socialista se contempla con inconmensurable benevolencia. Se ve tocado por la mano de Dios para ejercer el poder en solitario, sin que la presencia de un socio aritméticamente necesario

pero políticamente muy molesto entorpezca la labor que tanto ansía llevar a cabo: transformar España hasta convertirla en algo irreconocible, mucho más del gusto de Otegui, Rufián o Junqueras que del de cualquiera cuyo sufragio haya ido a parar al PP, Ciudadanos o Vox. Los dos primeros tienen en su opinión una única utilidad, consistente en facilitar su investidura absteniéndose en la votación porque él lo vale y lo demanda, ni más ni menos. El tercero, indigno de existir a su juicio, tan poco respetuoso con la democracia como descaradamente escorado hacia el lado de fuerzas independentistas, golpistas y/o encabezadas por terroristas irredentos que solo lamentan el «daño innecesario» (¿cuánto era necesario? ¿cien asesinatos? ¿cincuenta?), es objeto de un bombardeo inmisericorde por parte de todos los medios de comunicación afines al PSOE, la gran mayoría, e incluso de algunos que no lo son tanto, con la pretensión de convertirlo en un apestado susceptible de estigmatizar a cualquiera que se le arrime. Dicho de otro modo; a sus ojos tuertos entenderse con EH-Bildu (antes Batasuna/ETA) o ERC es perfectamente legítimo, ya que él debe instalarse cuanto antes en La Moncloa, pero hacerlo con los de Abascal supone dar un salto irreversible y letal a las tinieblas exteriores al sistema, donde este socialismo ha pretendido colocar al centro-derecha desde los tiempos en que Zapatero tendió el primer cordón sanitario en el infausto pacto del Tinell.

«A mí sí, porque sí». Esa es la consigna. Y coreando esa voz suena la de quienes se empecinan en seguir presionando a Rivera por tierra, mar y aire (pseudo-encuestas, «rebeliones internas», amenazas y demás munición) para que se desdiga de sus promesas de campaña y acuda en socorro del vencedor, «gratis et amore», a fin de salvaguardar sus intereses (los de quienes presionan, se entiende, no los de Ciudadanos ni los de España). Otros miran hacia Podemos como perro faldero más deseable, aunque exactamente en las mismas condiciones. A saber; sin entregarle nada a cambio ni compartir con Iglesias el festín del poder, salvo a través de las migajas que tenga a bien arrojarle el líder.

«Sánchez for president, por la cara», reza la pancarta del PSOE. Veremos si lo consigue.