Demasiado humano

EL MUNDO 03/01/17
ARCADI ESPADA

LOS ÚLTIMOS atentados islamistas, el de Berlín y el de Estambul, traen la circunstancia de que sus autores no se suicidaron mientras mataban. El primero llegó hasta Roma y allí murió por los disparos de la policía. Y el segundo huyó después de dejar su fusil junto a las decenas de cadáveres de la discoteca. Tal vez sea una noticia esperanzadora. Tiene el imponderable evidente de que semejantes productos de la evolución –el diseño inteligente no lo habría permitido– sigan en movimiento, pero un terrorista vivo es mucho más valioso que un terrorista muerto. El suicidio deja innumerables preguntas sin respuesta. Al Qaeda, que fue la primera y principal patrocinadora del método, ni siquiera reivindicaba los atentados, tratando de que ninguna palabra perturbara la siniestra solemnidad del hecho mismo y emulando, claro está, la palabra de dios: una reivindicación no deja de ser una forma de negociación y dios no negocia. Símbolo de esa época prístina es el inexpugnable Mohamed Atta y símbolo de la defensa de la civilización los desesperados SMS que algunos pasajeros de los aviones lograron hacer llegar a familiares y amigos. La supervivencia del terrorista aleja del crimen la temible palabra mártir. A ojos, especialmente de los suyos, el suicidio ennoblece la causa hasta el límite y da un ejemplo de compromiso insuperable: no es lo mismo morir por dios que matar por dios. Asimismo, el terrorista que huye rebaja ineludiblemente la intensidad religiosa de la acción. Puede que alguna duda advenga sobre el paraíso que aguarda, y esa duda es el principio, aunque sea un principio lejano, del fin: sólo dios, que es lo más grande, puede sostener sin inmutarse la barbaridad inhumana de irrumpir en una fiesta y disparar sobre los felices. Es probable que el terrorista en fuga revele también alentadores problemas logísticos. Musulmanes los hay a millones, musulmanes fanáticos a decenas de miles, musulmanes asesinos a miles y musulmanes asesinos y suicidas a centenares. A pesar de las celestiales prebendas no es fácil encontrar mártires. El terrorista que escapa a dios lo hace siempre por un camino que acaba en el oasis laico.

Podría objetarse a esto que el terrorista a salvo sólo es un modo de optimizar recursos. Que ya le llegará la hora del suicidio grandioso e imponente, precedido de unas cuantas acciones incompletas. Y que todo es un simple cálculo. Ah, ninguna objeción más superficial. Si el terrorista no sólo habla, sino que también suma, ya estamos más cerca de vérnoslas con un hombre.