Derecho de admisión

ABC 20/05/16
IGNACIO CAMACHO

· Hay muchos españoles tranquilos y respetuosos de los símbolos ajenos que están cansados de que no se respeten los suyos

LA bandera catalana estelada no está prohibida en España y por tanto está autorizada y no cabe sanción por mostrarla o llevarla en espacios públicos. Sucede que un estadio es un recinto privado de acceso restringido y por tanto sometido a reglas específicas de admisión inherentes al billete de entrada. Y esa suerte de letra pequeña contractual se llama en nuestro país Ley del Deporte y prohíbe, en consonancia con las normas internas de la UEFA, el uso de símbolos políticos o ideológicos que generen división o contradigan el espíritu de pacífica convivencia deportiva. La estelada no es un emblema de Cataluña, sino de la causa política de los independentistas catalanes, y por tanto bajo la actual reglamentación no tiene cabida en un campo de fútbol europeo. Punto… pelota.

Para una vez que las autoridades se deciden a hacer cumplir la legalidad frente a la insumisión secesionista, no procede criticarlas. Este Gabinete ha permitido un referéndum ilegal de autodeterminación y ha hecho la vista gorda ante el incumplimiento reiterado de las leyes de educación y de política lingüística, e incluso de sentencias al respecto emitidas por los tribunales. Cualquiera puede pensar que la prohibición de la dichosa banderita obedece a un cálculo electoralista, perfectamente normal en vísperas de elecciones. Pero el Gobierno está en su derecho y en su deber. Nadie podrá impedir a los aficionados del Barça que paseen la estelada por Madrid si les viene en gana; se trata de que no conviertan la final de la Copa en un acto de reclamación política que puede incomodar al resto de los espectadores, asistidos también del derecho a que nadie les pase por la cara en tan festiva ocasión una reivindicación que no comparten. Fútbol es fútbol, que decía Vujadin Boskov, un yugoslavo que vivió para ver a dónde conducen los conflictos nacionalistas.

Por lo demás, empieza a ser cansino el debatito de las finales coperas desde que el Barcelona se gana por méritos futbolísticos su presencia casi permanente en ellas. El soberanismo ha convertido su asistencia a esos partidos en expediciones de exhibición identitaria con tintes gamberros y provocadores a los que ya va siendo hora de hacer frente. Hay mucha gente harta de ese narcisismo arrogante que pasa por encima de sus sentimientos o de sus convicciones; muchos ciudadanos respetuosos de los símbolos ajenos que están cansados de que no se respeten los suyos, de que se abuchee a su Rey o se silbe su himno. Españoles tranquilos partidarios de la libertad sin ira y de tener la fiesta en paz, pero un poco fastidiados ya de esa cargante matraca divisionista impuesta a las bravas por una ruidosa minoría. En la calle se tienen que conformar porque la democracia ampara la expresión de todas las ideas. Pero en el estadio, al que entran pagando, las normas les deben garantizar el disfrute sin interferencias de un espectáculo.