ABC-JON JUARISTI

PROVERBIOS MORALES Ochenta intelectuales franceses firman un manifiesto contra el racismo de los antirracistas

LA descolonización es la última «estrategia hegemónica» de la izquierda populista francesa, contra la que se han plantado ochenta intelectuales que tienen en común haber sido objeto de persecución por parte de redes y movimientos sociales bajo la acusación de «racismo blanco». Entre ellos figuran personalidades sobradamente conocidas (los filósofos Élisabeth Badinter, Jean-Claude Michéa y Alain Finkielkraut, los historiadores Pierre Nora y Mona Ozouf o el novelista Boualem Sansal). Denuncian el sistemático acoso al Estado francés por un conjunto de organizaciones y movimientos que, cito, «presentándose como progresistas (antirracistas, descolonizadores, feministas), se dedican desde hace ya bastantes años a frenar los combates por la emancipación individual y la libertad, en provecho de objetivos que se les oponen y que atacan frontalmente al universalismo republicano: racialismo, diferencialismo, segregacionismo (según el color de la piel, el sexo, la práctica religiosa). Llegan incluso a invocar el feminismo para legitimar la imposición del velo, la laicidad para legitimar sus reivindicaciones religiosas y el universalismo para legitimar el comunitarismo». Les ha faltado poner detrás de esta última palabra el adjetivo «musulmán», porque los movimientos a los que principalmente apunta el manifiesto son dos de marcado carácter islámico, el Partido de los Indígenas de la República, cuyo portavoz es una agitadora antisemita, Houria Bouteldja (su incendiario panfleto Los blancos, los judíos y nosotros fue publicado hace un año en español por Akal, la editorial favorita de Podemos), y el Colectivo contra la Islamofobia en Francia. Estos y otros movimientos por el estilo han sido favorecidos por la cobardía de instituciones universitarias y culturales públicas, que les han ofrecido graciosamente espacios para la difusión de sus programas, en los que se ha propugnado el ostracismo de escritores como los mencionados Finkielkraut y Sansal, o como Michel Houellebecq, Pascal Bruckner y un largo etcétera.

Una virtud innegable del mencionado manifiesto ha sido subrayar la centralidad del mantra de la descolonización en la estrategia de demolición del Estado democrático y la consiguiente demonización de la resistencia «blanca» a la ofensiva islamista (sobra decir que en esa resistencia se incluyen también franceses árabes o beréberes, algunos de ellos musulmanes creyentes y practicantes, pero lo de «blanco» funciona incluso mejor que «judío» para la movilización racista de los «indígenas» de la República, como bien sabe Bouteldja). El término «descolonización» se ha creado a imitación de la «desnazificación» que los aliados aplicaron en la Alemania derrotada tras la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Francia entraña una culpabilización colectiva de la población blanca autóctona, como cómplice a título genético de la colonización (y la justificación implícita de los atentados islámicos en suelo francés). Nada digamos de los judíos franceses, que, en palabras de Bouteldjia, a consecuencia de su amalgama con el sionismo, atraen sobre ellos «la cólera de los condenados de la tierra y al mismo tiempo protegen la infraestructura racial del Estado-nación». La versión española de la «descolonización» está más ligada a los partidos que a los movimientos sociales, y se identifica antes con la estrategia hegemónica del PSOE que con la de Podemos, partido-movimiento tan partidario o más que el PSOE de la aniquilación brutal de la «España franquista» (espantajo análogo a la «Francia blanca» de los «indígenas»), pero que no posee, al contrario que los socialistas desde 1934, la patente original del guerracivilismo.