Desnudos hacia la cámara de gas

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 16/04/17

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: Hace tiempo, en un libro que no has leído, ni tú ni nadie (Aly Herscovitz. Cenizas en la vida europea de Josep Pla. alyherscovitz.com), escribimos sobre la redada del Vel d’Hiv, aquella infamia que se desencadenó la noche del 16 al 17 de agosto de 1942 y acabó con el encierro de miles de judíos en el antiguo velódromo de París, camino de Auschwitz. Dice este párrafo: «4.051 niños fueron deportados desde el Vel d’Hiv. Todos murieron. Los niños formaban parte del grupo de los 12.884 (5.802 mujeres y 3.031 hombres) que fueron apresados.

De ellos unos 7.000 fueron al velódromo y el resto a un campo de concentración en Drancy, al norte de París. Los del velódromo estuvieron allí cinco días, sin probar bocado y con un solo grifo de agua. Un centenar se suicidaron. Los que intentaron huir fueron asesinados allí mismo. Del total deportado volvió un exiguo tres por ciento. Ningún niño».

Entre los que no volvieron estuvo Aly Herscovitz, un viejo amor de Josep Pla. Aly, nacida en Holanda y criada en Alemania, huyó a Francia cuando empezaron las persecuciones. Era una judía alemana hasta la médula. Quiero decir alemana hasta la médula. Su patria era Alemania; su ciudad, Berlín; su música, los himnos; su lugar, el Romanische Café y su plato favorito, la Wiener-Schnitzel. Como tantos otros emigrados, una vez constatado que ya no podía seguir siendo alemana, confió en poder ser francesa. Sin embargo, Aly Herscovitz y los 12.883 restantes fueron detenidos, y en su caso asesinados, por policías franceses –unos 4.500– y trasladados a campos de concentración franceses, por ferroviarios franceses.

Este 9 de abril la candidata a la presidencia de la República Francesa, Marine Le Pen, declaró: «Francia no es responsable de la redada del Vel d’Hiv. Si hay responsables son los que estaban en el poder en ese momento, y no Francia. Les hemos enseñamos a nuestros hijos que tenían todas las razones para criticarla, para ver en ella sólo susaspectos históricos más sombríos. Y yo quiero que ellos se sientan de nuevo orgullosos de ser franceses».

La candidata cree que hay una Francia al margen de los franceses. No hay mayor novedad. Es el clásico punto de vista de los nacionalistas. Francia es la entidad supraterrenal y eterna, la nación, tout court, al margen de las vulgares querellas humanas seculares. Más interesante que la naturaleza de tal entidad es su carácter movible. Los nacionalistas no utilizan la nación para aludir al conjunto de los ciudadanos, sino para determinar, a cada momento, qué ciudadanos pertenecen a la nación.

Según Le Pen, los franceses que utilizaron su país como estación de partida hacia Auschwitz no fueron ni criminales ni cobardes: simplemente habían dejado de ser franceses. Con más o menos precisión y virulencia es lo mismo que piensa cualquier nacionalista de sus conciudadanos incómodos.

Es también lo que piensa Sam Spicer. Dos días después de que la francesa declarara sobre el Vel d’Hiv, el portavoz de la Casa Blanca justificó las bombas lanzadas sobre Siria en el carácter inaudito del régimen de Assad: «Ni siquiera alguien tan despreciable como Hitler pensó en usar armas químicas».

Hasta ese momento las palabras de Spicer tenían la salida de emergencia del lapsus basado en la distinción entre el gas sarín y el zyklon b. El problema vino cuando quiso aclarar su comentario y explicó que Hitler no utilizó «el gas contra su propio pueblo, como Assad lo está haciendo». El problema ya no era el gas sino el pueblo. El problema ya no era que Spicer tratara de rebajar la categoría criminal de Hitler, sino que pensara como él.

Muchos judíos alemanes habían viajado hasta las cámaras de gas con sus condecoraciones ganadas por el valor demostrado en las trincheras de la Gran Guerra. Y lo que más admiraba de los alemanes Aly Herscovitz, deportada a Auschwitz el 29 de julio de 1942, con 38 años, desde el campo de Drancy, eran precisamente sus virtudes patrióticas. Pero la pertenencia cívica y sentimental a Alemania no los libró de la muerte.

Los judíos entraban desnudos en las cámaras de gas. Completamente desnudos: sin ropa y sin patria. El nazismo los segregó del Volk, del pueblo alemán, en una imprescindible operación previa cuya metodología, de raíces remotas, reflejan las palabras contemporáneas de Le Pen o Spicer. O de Jordi Pujol, nunca lo olvidemos: «Catalán es el que vive y trabaja en Cataluña, y quiere serlo». Y nosotros queremos que lo sea, dice la traducción.

Las palabras de Le Pen tienen un pliegue más. Como Le Pen, Aly Herscovitz también creía en una Francia supraterrenal. En su época ser francés era ser miembro de la fratría universal. La patria de Voltaire, tropo. Cuando Aly llegó a París se sintió a salvo. La última foto es de junio de 1940, en el Bois de Boulogne.

El 22 los alemanes entraron en la ciudad. Aly y su madre, que también murió gaseada, paseaban a su perrillo por la primavera de París, tomaban café, y sonreían a la cámara. Aún era tiempo de hacerse fotografías plácidas. Y es que estaban en Francia y por lo tanto no había nada que temer. La Francia de Aly jamás la habría enviado a los campos.

Su Francia habría luchado y muerto antes de entregarse. Su Francia, Marianne. La candidata Le Pen desprecia la nación de los ciudadanos, la que sostiene que tanta Francia hubo en Pétain como en De Gaulle, que tanta Francia fue el vecino que escondió al judío de la rafle, como el que guio hasta su escondite a los gendarmes. Pero ese desprecio va de soi.

El problema medular de nuestra nacionalista es el que se desprende del candente asunto expuesto por aquel pequeño burgués liberal que fue Manuel Chaves Nogales, hoy en riesgo de ser triturado nuevamente por el mano a mano entre Le Pen y Mélenchon. Esta frase de La agonía de Francia, libro soberbio y desgarrado: «Francia tenía a orgullo el ser tierra de asilo y se vanagloriaba de que todo hombre civilizado tuviese dos patrias: la suya y Francia» Sí. El imprescriptible problema de madame Le Pen es que a la judía europea Aly Herscovitz la mató Francia.

Chaves tuvo una explicación para aquella agonía: «Francia había llegado a enamorarse de su verdugo». A una semana de las elecciones ha entrado en la turbadora inquietud del coqueteo.

Y sigue ciega tu camino

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 16/04/17