José I. Torreblanca-El País 
Tanto como el frágil estado de la democracia en el mundo nos debe preocupar la fortaleza de las autocracias

Malas noticias para los demócratas. Populistas y autócratas van ganando. Y de calle. Las democracias no solo son menos —solo hay 87 países en el mundo que merezcan tal nombre, esto es, el 45%— sino que además llevan una década en retroceso: según la organización Freedom House, desde 2006 113 países experimentaron algún tipo de retroceso democrático mientras que solo 62 mejoraron.

Ese deterioro de las democracias se manifiesta en el asedio al Estado de derecho, la justicia y las instituciones independientes —muchas veces con la ayuda de consultas populares que, en nombre de más democracia (¿les suena?), la cercenan—, pero también en el hundimiento de los partidos de centro, el acoso a las minorías o la presión sobre los medios de comunicación. Un deterioro en el que encontramos 15 países europeos (entre ellos Polonia, Hungría y Turquía).

Tanto como el frágil estado de la democracia en el mundo nos debe preocupar la fortaleza de las autocracias. En teoría, el desarrollo económico, al generar clases medias educadas, debería conducir a la democracia. Pero en la práctica, las dictaduras están mostrando una sorprendente habilidad para resistirse al cambio.

China, Rusia e Irán están convirtiéndose en dictaduras perfectas. Han refinado sus capacidades de control social hasta rozar la perfección. Cierran el país a ONG y activistas extranjeros y bloquean el acceso a contenidos peligrosos en la Red. Disponen de medios ilimitados para la propaganda y el adoctrinamiento. El patrullaje de las redes sociales y la cibervigilancia les permite desactivar a los grupos opositores antes de que lleguen a ser una amenaza. Y si llegan a serlo, saben reprimir con eficacia las manifestaciones espontáneas u organizadas que lleguen a la calle. Resistirse a estos regímenes es muy costoso, tiene pocas probabilidades de éxito y no cuenta con apoyo internacional así que es lógico que los opositores acaben tirando la toalla.

En Tiananmen en 1989, tras la caída de la URSS en 1991 y después de las elecciones de 2009, sus élites descubrieron que la única amenaza para su continuidad son ellos mismos, sus divisiones internas. Pero de eso también han aprendido: por eso se dedican a dividir a los demás. Justo lo contrario que las democracias.