JON JUARISTI   

¿Por qué se habla de nación cuando se quiere decir pueblo?

EL próximo 5 de agosto se cumplirá siglo y medio desde el fallecimiento del prehistoriador francés Jacques Boucher de Crèvecoeur, o sea, Boucher de Perthes (1788-1868), el gran científico romántico que, precediendo a Darwin en tres lustros, puso en cuestión la cronología bíblica de la aparición del hombre sobre la Tierra, haciendo remontar ésta al Pleistoceno. 

A mí Boucher de Perthes me cae estupendamente por su diletantismo, quizás el más logrado de la Europa de su centuria. Hizo de todo; incluso subió en un globo Montgolfier. De él se cuenta, como gran mérito, que gozó de los favores de Paulina Bonaparte, algo absurdo teniendo en cuenta que la hermana de Napoleón I fue la ninfómana más famosa y ubicua de su tiempo (léase El reino de este mundo, de Alejo Carpentier). Pero, en fin, aunque, según las malas lenguas, el magnífico desnudo de Canova la mejoró notablemente, lo cierto es que la señora debía de estar de espanto en el sentido portugués, y eso a pesar de ser más bien bajita. En cualquier caso, la anécdota demostraría las afinidades electivas entre Boucher y la familia diletante por excelencia de la historia mundial, que lo mismo invadía todo el continente que promovía la sexualidad clitoridiana. 

Boucher, aristócrata por los cuatro costados y pariente de Juana de Arco por vía materna, fue también bonapartista acérrimo en lo político. Pésimo estudiante, hizo carrera en el Ejército y en el cuerpo de aduanas. Escribió poemas, relatos brumosos  y dramas de tono legendario, pero se dedicó sobre todo a la botánica y, desde su confinamiento burocrático en Abbeville en 1825, a la arqueología prehistórica en la comarca del Somme, donde encontró, ya hacia 1830, abundantes muestras de industria lítica, entre ellas dos bifaces talladas en casi perfecto estado. Guardó silencio sobre sus descubrimientos hasta 1846. Mientras tanto, iba dando a la luz sus cinco tomos de De la Création. Essai  sur l’Origine et la Progression des Êtres, más o menos deudor de las teorías de Cuvier. En 1847 publicó sus Antiquités celtiques et antédiluviennes, con abundantes láminas ilustradas con dibujos propios de sus hallazgos prehistóricos (el título se explica porque Boucher seguía anclado en la celtomanía de las academias napoleónicas). 

Pero me gustaría referirme a una obra mucho menos conocida de Boucher: su panfleto Petites  solutions de grands mots, de 1848, en el que glosa, con una ironía finísima, las soflamas revolucionarias de aquel año. Su blanco favorito era la exaltación de la soberanía del pueblo. No es que Boucher fuera un reaccionario, pero sí un antipopulista adelantado a su tiempo, como en todo, y por eso lo traigo aquí. Sirva como ejemplo de su pensamiento el siguiente párrafo: «Ahora bien, ¿de qué se compone un pueblo? Pues de individuos. Analizad a ese pueblo. Tomad a uno de sus individuos, sondeadle dulcemente la conciencia y hallaréis que, si bien cada uno admite la soberanía del pueblo, es a condición de que no exista otro pueblo que él y sus amigos, y que el resto de la nación sea su vaca lechera, su dominio privado y su lista civil». La oposición pueblo/nación en Boucher es significativa. El pueblo es uno y sus amigos, los que hablan, piensan y visten como uno mismo. La nación es otra cosa, uno y muchísimos más que uno no conoce, que no piensan como uno y que incluso pueden hablar en otra lengua, pero con los que nos iguala un acuerdo político, una constitución. Por cierto, lejos de defender una francofonía monolítica, Boucher recogió y publicó amorosamente literatura oral bretona. Sus Chants Armoricains et Souvenirs de la Basse-Bretagne preludiaron la gran reconstrucción republicana de las culturas regionales del Hexágono.