KEPA AULESTIA-El Correo

No pasa nada si el País Vasco se aproxima a las elecciones autonómicas de 2020 carente de un proyecto viable de reforma estatutaria. Será que es mejor quedarse donde está

Los grupos parlamentarios acabaron ayer de designar a sus respectivos expertos para la actualización del autogobierno, sin que la ponencia consensuara la composición del grupo, y a expensas de que el Parlamento fije su cometido. La cosa no comienza nada bien. Resulta imposible que puedan superar, solo en virtud de sus conocimientos, las brechas ideológicas y políticas que separan a los cinco grupos de la Cámara. El grupo de los cinco no presenta un bagaje académico homogéneo –basta comparar sus respectivas trayectorias profesionales y sus publicaciones especializadas–, ni asegura el reconocimiento de una jerarquía al respecto. El temor a que la tarea que desarrollen obedezca más a los intereses de la formación que les ha designado que a criterios propios hace peligrar su desempeño.

Euskadi no cuenta con un ‘Consell de Garanties Estatutàries’. De forma que la primera labor que deberían acometer los cinco expertos sería la identificación del alcance constitucional de las propuestas contenidas tanto en el acuerdo PNV-Bildu como en los votos particulares a ese dictamen mayoritario de la ponencia. Diferenciar sobre aquello que implica cambiar el Estatuto de Gernika de aquello que supondría una reforma de la Constitución de 1978 tendría que ser esa mínima aportación técnica que el Parlamento ha de esperar del grupo de expertos designados.

Porque si no se ponen de acuerdo en eso, o no se ven capaces de discernir sobre tan crítica cuestión, será mejor que devuelvan los trastos a la ponencia política, para que sean sus designatarios quienes traten de salir del atolladero. De hecho, bastaría con que dos de los expertos optasen por una visión más creativa sobre el entuerto, una visión que pretendiera situarse más allá de una discusión jurídica convencional –en tanto que constitucional–, para que todo se viniera abajo ante tan comprometido encargo.

Es de desear que los integrantes de la ponencia hilen lo más fino posible en su próxima reunión. No tiene sentido que pidan un milagro de concordia viable a los expertos designados de antemano, cuando no saben qué hacer con su encomienda. Es imprescindible que les asignen un papel técnico; es decir, relativo al contraste entre los deseos políticos disímiles y hasta divergentes que han aflorado en la ponencia parlamentaria y las normas vigentes. Claro que Euskadi está legitimada, como comunidad política partícipe de un Estado complejo, a promover una transformación confederal de su naturaleza; aunque sea en cuanto a la bilateralidad a la que dice aspirar la mayoría parlamentaria abertzale. Pero tanto este extremo como otros han de ser tasados constitucionalmente. Y no sólo respecto a su viabilidad. Ante todo respecto a su idoneidad. Y esta última valoración en ningún caso podría externalizarse. Es una responsabilidad que atañe al poder legislativo autónomo y a quienes lo conforman. Especialmente hoy, cuando tiene que ver con los riesgos de implosión de la Europa que hasta ayer mismo parecía unida. Formar parte de España o desentenderse de ésta tiene que ver con la temeridad a la que la Euskadi institucional decida adscribirse o no, en nombre de su identidad, para bordear el precipicio de un continente con más fronteras.

Dado que nuestro Estatuto de Autonomía es el único pendiente de reforma, no hay razón alguna para que sea modificado sin ton ni son. Entre precipitarse para cambiar el texto de Gernika y dejarlo como está, habría que atenerse a un mínimo de prudencia. Esa que permite evaluar los beneficios del autogobierno ‘realmente existente’ durante las tres últimas décadas, incluso por encima de un desarrollo pendiente de transferencias que no nos llevarían mucho más lejos. No pasa nada si el País Vasco se aproxima a las elecciones autonómicas de 2020 carente de un proyecto viable de reforma estatutaria. Será que es mejor quedarse donde estamos. Será que el alambicado método de un proyecto huérfano ha fallado, también, al carecer de un discurso convincente. De un discurso basado en la necesidad.