JORGE BUSTOS-EL MUNDO

El canto docente del doctor Sánchez en Facebook resulta tan cursi que podría haberlo escrito él mismo, aunque lo probable es que se trate de un plagio a Iván Redondo. No nos conmovían tanto los golpes de la vida desde que Pablo Iglesias eligió esa red social para contarnos su ruptura sentimental con Tania Sánchez. La pieza incluye un pico verdaderamente diabético: «Cuando culminas el Aneto». Metáfora alpina del trabajo académico que, en su caso, debiera reformularse así: «Cuando el helicóptero del Ministerio de Industria te posa sobre la cima del Aneto». Pero el Aneto de nuestro doctor no fue la tesis sino la censura, que le permitió encaramarse al poder sobre una premisa de honradez que le diferenciaría del corrupto Rajoy, y aun de la plagiadora Montón, y aun del evasor Huerta. Ahora, solo el Dalai Lama puede sostenerse en lo alto del Tíbet sobre bases morales. El doctor Sánchez no es el Dalai Lama por más que ambos practiquen el género de la autoayuda, porque lo de Sánchez es autoayuda de Estado.

En la era del fake, defender a Sánchez –Pedro para la intimidad de ciertas redacciones– no es más difícil que gobernar con 84 diputados. El truco consiste en regar la maceta de los propagandistas y en sustraerse al juicio de los ciudadanos. Cablear el maniquí: que parezca humano. Y si la cosa se pone fea, se alienta la confusión de lo personal y lo político, ambos licuados en una humedad de confesionario: «Decidieron atacarme en lo personal». A esto se le podría llamar victimismo del verdugo: el tipo que llegó al poder negándole la decencia a Rajoy y lo ejerce amenazando a Rivera se presenta como víctima de la oposición.

La repostería lírica que gotea del muro de Sánchez es intragable, desde su pasión profesoral por «ver madurar a los jóvenes» hasta la gesta de haber garantizado las pensiones (?). O sencillamente, que «el Gobierno gobierna». No puede ni aprobar unos Presupuestos propios, pero los hechos palidecen a ojos de su afición. Manque plagie. Es, básicamente, un Gobierno de aficionados.