ARCADI ESPADA-El MUNDO

Un juicio decide lo que pasó, lo mete en un código y señala la responsabilidad de las personas en unos hechos. Pero en las grandes ocasiones retrata un paisaje moral y lo hace a veces en las pequeñas grietas de las declaraciones. La letrada Del Toro formaba parte de la comisión judicial que el 20 de septiembre de 2017 entró en los locales del departamento de Economía para proceder a un registro vinculado con la organización del 1-O. Desde entonces es un personaje célebre del Proceso. Se trata de la mujer que huyó por la azotea al negarse a salir por la puerta cercada de manifestantes, aquella noche en que buena parte del separatismo quiso ver el principio de la insurrección popular que llevaría a la independencia.

La letrada declaró ayer pormenorizadamente. Desde el primer día las defensas han tratado de rebajar el tono épico de su experiencia. No recuerdo ahora cuál de ellas había advertido en sesiones anteriores que la letrada no había escapado por los tejados, cual Mary Poppins del constitucionalismo, sino que se había limitado a salvar un murete de metro para pasar a un azotea contigua. Tenían razón. Pero una secretaria judicial en una azotea, al filo de la medianoche, es siempre un problema.

En su relato de ayer, Del Toro llegó a describir la firmeza del muslo del policía donde colocó un pie para facilitarse la maniobra. Y cómo descendió luego por una escalera angustiosa hasta llegar a los camerinos. A los camerinos, porque la secretaria estaba en las entrañas del teatro Coliseum y el plan era que escapara por la puerta principal, mezclada con el gentío, que saldría a aquella hora después de la función. Aquella noche daban The Hole Zero, un espectáculo sexy y canalla según la propaganda general.

La policía le dijo que entrara en un camerino y que esperara allí. Había problemas. El responsable del teatro se había echado atrás y ya no autorizaba el paso de la letrada por su entera propiedad. Iban a ver si lograban convencerlo. La espera duró media hora. Vamos a instalarnos en esa media hora.

La fugitiva quizá se viera como esos extraños seres que de pronto se quedan atrapados en el no man’s land de un aeropuerto, y allí envejecen y mueren. Lo cierto es que no podía ir ni p’alante ni p’atrás, perdida en la revuelta de una sortija dorá, copla. Yo, en cambio, empecé a pensar en Pedrito Balanyà, el dueño del teatro. Pedrito es aquello que se llama, en léxico franquista, un hombre de la situación. Puedo dar muchos ejemplos, pero en media hora apenas caben dos. El primero es de 2017, cuando Libres e Iguales trataba de organizar un acto en Barcelona contra el referéndum del 1-O. En el blog de Cayetana Álvarez de Toledo http://www.cayetanaalvarezdetoledo.com/2017/12/12/830/ constan detalles de conversaciones que mantuvo con leales empleados de Pedrito. Yo solo reproduciré esta frase inductora, estilema Balanyà: «¿Pero en qué va a consistir el acto, exactamente?». El otro ejemplo es de ahora mismo. Tan de ahora mismo que casi no ha sucedido. El lunes 25 de marzo Bernard-Henri Lévy y Albert Boadella representarán en el teatro Coliseum –si es que ya lo ha desalojado la letrada–Looking for Europa. Mientras el philosophe negociaba, hace meses, los detalles y cuando ya estaba casi todo listo, llamó una Balanyà:

—Óigame Bernard… ¿esto que hacen no irá contra Catalunya, no?

Y le philosophe tuvo que mentir.

Ya ha llegado la policía. Han logrado convencerlos. Pero la gente del Hole Zero ya se ha ido a casa. Un teatro vacío tiene siempre un punto siniestro. Pero, en fin, salió.

En Cataluña, populoso lugar, hay todo tipo de personas. Como está Pedrito está también don Pedro Buil Armengol, titular del puerto de Palamós. Escribió al Tribunal porque había leído unas mentiras del procesado Rull, a propósito de la imposibilidad de que el barco Piolín atracara en aquella bahía, tan fina como un labio. Escribió porque eran mentiras y porque esas mentiras podían poner en dificultades a un compañero suyo funcionario. A este don Pedro le importan menos las dificultades que él pudiera tener por decir, como dijo, la verdad. Un juicio es un paisanaje moral.