Donald Iglesias

ABC 22/04/16
CRISTINA LOSADA

El fulgurante ascenso de Donald Trump ha provocado un debate en la prensa norteamericana sobre el combustible que han prestado los medios de comunicación al vehículo político del candidato. Es un hecho probado que los medios, sobre todo la televisión, han dado a Trump una cobertura mucho mayor que a cualquier otro de los aspirantes republicanos. Según un estudio del New York Times, la cobertura concedida equivale a 1.900 millones de dólares en publicidad gratis.

Los medios y Trump, arguyen muchos comentaristas, tienen una relación simbiótica: los dos sacan provecho de su asociación. Un programa con Trump es un programa con audiencia asegurada. Un programa sin Trump es un programa que pincha lastimosamente, como le ocurrió a un debate que organizó la cadena Fox y al que Trump se negó a ir porque lo iba a moderar una periodista con la que había tenido un rifirrafe. El candidato se jactó de que su ausencia haría que el debate no lo viera ni el Tato. Y no se equivocó. Una expresentadora de Today, Ann Curry, expresó así la peculiar interdependencia: «Los medios han necesitado a Trump del mismo modo que el adicto al crack necesita un subidón«.

A estas alturas, lo que no está claro es que Trump necesite a los medios. Una investigadora de las redes sociales, Zynep Tufekci, exploró el universo alternativo que forman los seguidores del candidato en Twitter y concluyó que el fenómeno Trump no era una creación exclusiva de los medios tradicionales, de comunicadores y columnistas que «pensaron en un principio que su candidatura era un chiste que se podía explotar para conseguir audiencia». No.

El ascenso de Trump, decía Tufecki, muestra «la fortaleza de unos seguidores unidos en las redes sociales, que creen que los medios son un chiste». Un rasgo compartido por muchos de sus seguidores es una desconfianza radical hacia todas las instituciones, incluida la prensa. Por eso le ríen y aplauden sus mofas, descalificaciones y afrentas a los medios y a los periodistas, que se pueden encontrar en esta enciclopedia de los insultos vertidos por Trump en Twitter.

Hay otro aspecto de la cuestión: Trump es un hombre de los medios. Antes de ser candidato era un personaje de la tele: una celebrity televisiva. Otras cosas también, pero esa es importante. Sabe cómo manejarse y manejar. Hasta de su colisión con Megan Kelly, la periodista de la Fox cuya pregunta le incomodó tanto que quiso vetarla, y a la que ha dedicado numerosos comentarios despectivos, sacó petróleo publicitario. Uno de los ganchos de Trump es que no tiene pelos en la lengua: sus insultos, sus ataques personales, forman parte de su atractivo y le hacen ganar audiencia y votantes.

Sustitúyase en lo que va de artículo el nombre de Trump por el de Iglesias Turrión si se quieren ver más gráficamente las coincidencias. Habría que quitar esto y lo otro, matizar aquí y allá, pero los elementos esenciales, los de fondo, permanecen. Parecerá paradójico que quienes tanto deben a los medios los tengan con frecuencia en su diana. Pero justo porque viven en los medios y viven de los medios esa guerra les resulta necesaria. No sólo para intimidar a los críticos o socavar su credibilidad; también para significar su condición anti-establishment. Tanto les beneficia la prensa en contra como la prensa a favor, pues de esa dualidad -que se encargan de acentuar y en muchos casos es imaginaria- sacan provecho para establecer el terreno de la política en la confrontación. Incluso gustan de presentarse como «ellos contra todos»: David contra Goliat.

¿Que hay diferencias? Sin duda. Una es muy visible desde hace unas horas. Trump ataca con franqueza y grosería a la prensa que le critica. Iglesias quiere hacer pasar su ira contra los periodistas que no le favorecen por una disquisición profesoral, por un melindre académico. El bruto y el farsante.