Nacho Cardero-El Confidencial

  • La cifra no arredra a la Comisión 8-M, que sigue adelante con sus planes para celebrar el Día de la Mujer y convoca varias manifestaciones para “menos de 500 personas” en Madrid

No hemos aprendido nada. Se cumple un año de la llegada del covid-19 a España y después de salivar lo inimaginable lamentándonos por la manifestación del 8-M del año pasado, volvemos con la matraca, que si son galgos o podencos, que si hay que salir a la calle o mejor quedarse en casa. Poco parecen importar los 100.000 fallecidos por covid, cifra que podemos calcular atendiendo al exceso de mortalidad año sobre año que recoge el INE.

La cifra no arredra a la Comisión 8-M, que sigue adelante con sus planes para celebrar el Día de la Mujer y convoca varias manifestaciones para “menos de 500 personas” en Madrid, con la consiguiente incredulidad, por no decir enfado, de esos ciudadanos a los que las restricciones obligan a estar a las 23 h. en casa y los confinamientos los mantienen alejados de la familia. Los españoles somos contumaces en el juego del ‘y tú más’. “Cada oportunidad para unirnos patrióticamente acaba en enfrentamiento fratricida”, escribe Pablo Pombo.
En el ‘ranking’ de cómo arruinar un país, somos líderes. Nos lo recuerdan de continuo en el extranjero. “España va en la dirección equivocada”, dice Bloomberg. Periódicos como ‘Financial Times’, ‘The Wall Street Journal’ y ‘The New York Times’ nos dedican críticas en el mismo sentido.
 La deficiente gestión del covid-19 hace que España caiga seis puestos, del 16 al 22, en el ‘Global Soft Power Index 2021’

Quienes se las presumían muy felices con el hecho de que España tuviera una oportunidad de oro en la actual coyuntura para recuperar peso internacional ya pueden dar con su gozo en el pozo. Si Pedro Sánchez pensaba que, tras la aprobación de los Presupuestos y la victoria en las catalanas, podría aprovechar para apartarse de la polarización patria y contar con margen para cultivar su imagen más institucional y europea, ya puede olvidarse.
 La deficiente gestión del covid-19 ha provocado que España caiga seis puestos, del 16 al 22, en el ‘Global Soft Power Index 2021’, estudio de investigación (más de 75.000 encuestados) sobre las percepciones de las marcas nacionales. Todo ello, según dicho informe, es reflejo de “las diferentes actuaciones o no actuaciones, decisiones y tiempos de nuestro Gobierno en la lucha contra la pandemia, así como de las informaciones que se han transmitido a través de los diferentes medios de comunicación nacionales e internacionales”.
La valoración de la gestión española se encuentra por debajo de la media en los tres aspectos objeto de estudio: economía, sanidad y ayuda internacional. Más que a líder europeo, a lo máximo que puede aspirar Sánchez con estos datos es a regente de quinquillería.
España sale mal parada en la mayoría de los ‘rankings’. En el de fallecidos por covid-19, tanto en términos relativos (muertos por cada 100.000 habitantes) como en absolutos, y en el de la economía, con un descenso histórico del PIB del 11% en 2020, lo que supone una contracción no vista desde la Guerra Civil y unas pérdidas milmillonarias en el Ibex.

Más allá de estos números, lo que en puridad se percibe en las calles es una enorme fatiga social, ese cansancio físico y vital que ha echado raíces en una sociedad como la española, a la que le cuesta acostumbrarse a las mascarillas y los toques de queda, y que comprueba impotente una progresiva erosión del Estado de derecho y de derechos fundamentales.

 Al ser inquirido por los atributos que debe poseer un líder político, el expresidente González, que ha escrito sobre el tema, recomendaba “tener un proyecto y ser lo menos mercenario posible, es decir, no venderse al mejor postor, sino lograr los objetivos. Eso es imposible si el líder político no es capaz de hacerse cargo del estado de ánimo de la gente”.
 De la crisis no salimos más fuertes sino más rotos. El coronavirus ha supuesto un espaldarazo para el populismo, la polarización y el hartazgo
 Hay una sensación de orfandad generalizada por la falta de líderes para una crisis como la actual, que se ha de combatir desde el campo de la ética y los principios y valores, y “huyendo de los tres grandes vicios: flojedad, cobardía e imprudencia”, en palabras de Tucídides.

 De la crisis no salimos más fuertes sino más rotos. El coronavirus no ha servido de pegamento emocional, como muchos hubiésemos deseado, sino que ha supuesto un espaldarazo para el populismo, la polarización y el hartazgo hacia partidos más atentos a la defensa de sus intereses corporativos que al interés nacional. Ahí está la polémica sobre el 8-M. Los que piden a los ciudadanos quedarse en casa vía decreto ley son luego los que animan a salir a la calle.
 Hay un vídeo que se ha hecho viral en las redes sociales, en el que una chica caminando en primer plano enumera los sacrificios a los que se ha visto abocada la ciudadanía durante la pandemia y hace otra lista igual de extensa de demandas a exigir a nuestra clase política, cuestionándose al final si hay algún partido que merezca la pena ser votado.

 Lo interesante del vídeo no es tanto el contenido como los muy descriptivos comentarios que acompañan a la noticia preguntándose si son Vox o Russia Today quienes se esconden tras el mismo. No hay escapatoria. Somos así. España es así.