El abismo del cisma en el PSOE

EL MUNDO 11/05/17
TEODORO LEÓN GROSS

La campaña francesa ha inundado la política española de paralelismos –ese género tan tentador desde Plutarco– y sobre todo las primarias socialistas. En realidad Francia, al menos desde hace tres siglos, ha sido el espejo predilecto para los españoles. Reservado Macron para Albert Rivera como alter ego, o Mélenchon para Iglesias, a Sánchez se le ha visto en Hamon, favorito de las bases radicalizadas pero destinado a fracasar en las urnas. Para encontrar un antecedente como el suyo hay que remontarse a Gaston Defferre en 1969; y para el antecedente de los fracasos de Sánchez hay que ir aún más lejos. Tirando de fórceps se puede identificar a Susana Díaz con Valls, pues la incompatibilidad de éste con Mélenchon, y viceversa, es como la de ella con Podemos. Pero si hay un paralelismo inquietante estos días es el desmoronamiento del viejo Partido Socialista, al que Valls le ha extendido el certificado de defunción: «Ce Parti Socialiste est mort». ¿También el PSOE?

Horas después de que el CIS devuelva al PSOE a la segunda plaza puede parece prematuro ese RIP, como también cuestionaba ayer L’Express en Francia. Pero hay una inercia destructiva, más allá de la crisis corrosiva de identidad de los partidos socialdemócratas, caso de Francia o Reino Unido, al margen del espejismo de Schulz, por cierto alejado de la lógica noesnoísta. El PSOE se asoma al abismo de un cisma. El choque de trenes, según la metáfora ya gastada por Patxi López, parece inexorable. Aunque haya dirigentes que traten de tranquilizar sobre el día después, nada lo avala. Es posible que la nomenclatura del partido sí se rija por el instinto de supervivencia, pero la militancia está envenenada. En las redes, sanchistas y susanistas exhiben una hostilidad feroz, emponzoñada. Es una hipótesis verosímil que de ganar Susana, muchos sanchistas se escorarían a Podemos; y de ganar Sánchez, una parte de los susanistas se enrocaría en la abstención. El PSOE ha perdido de 2008 a 2016 casi seis millones de votos, más de la mitad de su fondo de armario. Si ahora se vuelve a partir, o simplemente se le evapora otro 25%, será el salto al vacío. El duelo de avales ha evidenciado la división profunda. Se han roto. En el eje institucional, entre dirigentes y militantes; en el eje histórico, por la ruptura con el legado; y en el eje territorial, entre un norte de prestigio donde el PSOE ya es irrelevante y un sur donde es dominante aunque sin prestigio. En el generalato se aprecia estos días una sensación desalentadora: necesitaban una gran victoria y ahora su máxima aspiración es salvar la derrota por un pequeño margen. Esos barones asumen que van a tener que bajar al barro –en los avales se han confiado– para trabajarse los votos militante a militante, mientras Iglesias aguarda a Mr. Noesno con la moción de censura. La división parece inevitable. De perder, se intuye que Sánchez, como Hamon, fundaría un movimiento propio. De momento el castigo ya es alto. Ya no se les percibe como partido útil –uno de sus pilares clásicos– ni siquiera ante los escándalos. Algunos pueden empezar a ensayar el epitafio postprimarias como en la República: Entre todos la mataron y ella sola se murió.