SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Eugenio d’Ors dejó un aforismo grabado en la fachada norte del Casón del Buen Retiro: «Todo lo que no es tradición es plagio». Sostenía D’Ors que solo hay verdadera originalidad dentro de la tradición.

Ha publicado el presidente tres libros y ninguno es original. Él se mueve entre la mentira y el plagio, incluso en su excursión de ayer por Montauban y Colliure, para honrar los restos de Manuel Azaña y Antonio Machado, para ir después a Argelès-sur-Mer, el campo de concentración que resumió para los republicanos españoles el Frente Popular de León Blum y el Pacto de No Intervención que fue su hijo natural. Resultaba algo chocante ver a Sánchez depositando una corona de flores con los colores de la bandera española en la tumba de Machado y otra igual en la del último presidente de la Segunda República. Un esfuerzo más y a leerse Campos de Castilla y La velada en Benicarló.

Este tipo de performances las había inventado Zapatero, que aún goberna- ba en junio de 2011 cuando murió Jorge Semprún, enterrado envuelto en la bandera republicana. Asistieron Feli- pe González, Carlos Solchaga, Claudio Aranzadi, Javier Pradera, Ángeles González-Sinde y otros amigos. Llamaba mucho la atención que Semprún, ministro de Cultura de la Monarquía entre los años 1988 y 1991, fuera enterrado con la bandera republicana. Él nunca hizo una reivindicación sentimental de la República ni un denuesto de la Monarquía constitucional.

Tres años antes, Zapatero homenajeó a los republicanos españoles en Mauthausen. Rodeado de banderas tricolores, pronunció uno de aquellos speechestan plagados de cursilería y tan contraindicados para diabéticos: «Nun- ca más. Nunca más a la opción totalita- ria; nunca más al horror; nunca más al crimen por el crimen; nunca más a la locura de la guerra; nunca más al fascismo y al nazismo».

¿Por qué nunca más el crimen por el crimen? ¿Y si fuera el crimen por amor? Pero sobre todo, ¿cómo se pue- de escribir de aquella guerra «nunca más la guerra de la locura»? Barack Obama lo dejó claro un año más tarde, en el 65º aniversario del Día-D: «Todos sabemos que esa guerra fue esencial, porque sirvió para liberar a Europa de una ideología que sojuzgaba, humi- llaba y exterminaba. La ideología nazi era el mal».

Está bien que el presidente haya colocado dos coronas con los colores de la bandera que a él le compete defender, aunque no es muy probable que sus dos homenajeados de ayer hubieran optado por otra enseña que no fuese la republicana. Pero sería un paso adelante que el doctor y su partido hayan adoptado para siempre como propia la que fue bandera de España desde 1795, salvo la etapa de la República.

Es de esperar también que en los úl- timos años haya rellenado la laguna que le llevó a escribir durante una visi- ta a Soria: «Desde Soria, cuna de Ma- chado, todo mi reconocimiento al traba- jo de profesores y condolencias a fami- liares y amigos». Si hubiera leído, por ejemplo su Retrato en Campos de Castilla, habría tenido claros los orígenes: «Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero…».

Tras su fallecimiento en el hotel de Colliure donde se alojaron él y su familia por la generosidad de Corpus Barga, su hermano José le encontró en un bolsillo del abrigo un papel con el último verso que escribió en su vida: «Estos días azules y este sol de la infancia». A ver si el presidente no lo confunde con «el sol del membrillo», que es el título de un documental de Erice sobre la pintura de Antonio López.