El consenso forzoso

ABC 30/11/16
IGNACIO CAMACHO

· Méndez de Lugo ha retirado las reválidas con la amabilidad de un maître que se lleva un plato rechazado por el cliente

EN la minoría absoluta de sus 137 diputados, el PP se quiere convertir en campeón del consenso. Rajoy ha ordenado a sus ministros que invoquen el mantra del diálogo como monjes budistas; pronto los veremos vestidos con túnicas azafrán en las mesas de negociación. Con su buena disposición, el presidente pretende cargarse de razones por si llegada la primavera se ve forzado a apretar el botón de la convocatoria electoral, pero en el fondo sueña con una legislatura de duración siquiera mediana. Le favorece en el empeño su ductilidad doctrinal, su pragmatismo ideológico; en el fondo sólo cree con firmeza en la cuadratura del déficit. Todo lo demás es materia susceptible de transacción, principios incluidos. Se trata de la teoría del mal menor, cuya alternativa hubiese sido la coalición rupturista que tramaban Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: el consenso agresivo de media España contra la otra media.

El primer sacrificio ante el altar del acuerdo ha sido la ley de educación, que el Gobierno envaina de facto para evitar que se la deroguen por las bravas. Méndez de Lugo, hombre de modales refinados, ha retirado las reválidas con la amabilidad complaciente con que un maître de hostelería se lleva un plato que no es del gusto del cliente. Se acabaron antes de empezar los exámenes de Estado; las autonomías rechazan cualquier evaluación que trascienda las competencias feudales de su sagrado ámbito. La deconstrucción claudicatoria ha sido disfrazada de pacto y celebrada como un logro histórico, al que seguirá un cepillado completo a la medida del espíritu socialdemócrata. Para obtener la conformidad de la izquierda cualquier normativa de estudios ha de atenerse a las pautas de la ingeniería igualitaria, y por tanto abolir toda sombra de competitividad, superación o mérito. El modelo docente debe conducir a la instauración de una precoz mentalidad subvencional en la que el individuo se considera sujeto de derechos sin deberes; a la idea de que el Estado nos debe algo al margen de nuestra capacidad de esfuerzo. Fuera el sacrificio, la exigencia o el premio: los valores que sirven para triunfar en la vida real no tienen cabida en el ámbito académico.

Sentado este principio de hegemonía cultural, el clima político está listo para la convivencia y el entendimiento, eufemismos de la deconstrucción y del trágala. Ya se puede pactar. La ideología liberal, si es que tal cosa existe, sólo será tenida en cuenta –y parcialmente– a la hora de ajustar los presupuestos. El célebre consenso consiste en que la derecha queda obligada a renunciar a sus convicciones y a su proyecto para aceptar los de sus adversarios en aras de un ambiente llevadero. Y ello, por descontado, hasta que la izquierda vuelva al Gobierno y liquide de manera unilateral y desacomplejada todo vestigio que quede en la legislación vigente de cualquier cosa parecida al pensamiento ajeno.