SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

El viernes pasado, el Ayuntamiento de Barcelona aprobó una proposición de ERC por la cual la ciudad se comprometía a «aislar a la extrema derecha» y se manifestaba en contra de que los partidos del Consistorio «pacten acuerdos políticos con los partidos de ultraderecha». La sensibilidad literaria del lector entenderá los términos ultraderecha y extrema derecha como perífrasis para decir Vox.

Esto no es nuevo. Muy recientemente, en este diario en el que publico, he tenido ocasión de leer un artículo en que se equiparaba a Vox con aquella Fuerza Nueva de Blas Piñar, que tenía como ideario el recuerdo a Franco y los ideales del 18 de julio, y que prohijó a algunos de los asesinos de Atocha y a algún golpista del 23-F. También he leído otro en el que se apuntaba la conveniencia de prohibir que el PP citara a García Lorca, un suponer. Ambos columnistas son dos buenos chicos con los que tengo, creo, una buena relación.

Pero volvamos al mandamiento. La moción fue apoyada por todas las fuerzas representadas en el Consistorio salvo el PP. Es decir: BComú, PDeCAT, Ciudadanos, ERC y PSC. Sí, Cs también. Tu quoque, fili mi? Pues parece que sí. El asunto es que justo al día siguiente, el concejal naranja en Blanes era golpeado con una lata de cerveza en la cabeza en Torroella. El alcalde de ese pueblo, Josep Maria Rufí, de ERC, colgó un tuit blasonando de la hazaña: «Qué queréis que os diga, hoy más orgulloso que nunca de Torroella de Mongrí y de nuestra gente». El portavoz parlamentario, mi querido Juan Carlos Girauta, se quejaba así: «El alcalde de ERC está orgulloso de la violencia contra Cs. Tomamos nota».

La idea del cordón sanitario tiene una puesta de largo espectacular e infame, aunque nadie ha tenido la ocasión de rectificar tan a corto plazo: en agosto de 1998, el PNV, Eusko Alkartasuna y la banda terrorista ETA firmaron un acuerdo por el que ETA se comprometía a declarar un alto el fuego (la tregua del 98) mientras en el punto 3º «EA y EAJ-PNV adopta(ba)n el compromiso de dejar sus acuerdos con los partidos que tienen como objetivo la destrucción de Euskal Herria y la construcción de España (PP y PSOE)». El tercer socio los apartó de la manera que solía: asesinó a siete socialistas (Buesa, Juan Mª Jáuregui, Lluch, Elespe, Priede, Pagaza e Isaías Carrasco), y a seis populares (Pedrosa, Martín Carpena, Indiano, Cano, Giménez Abad y Múgica, de UPN).

Este es sin duda el pacto más abyecto de cuantos han podido alcanzarse en la historia de nuestra democracia. Entre la sexta y la séptima víctima del PSOE, el PSC de Pasqual Maragall suscribió un cordón sanitario, el Pacto del Tinell, con ERC e ICV para dejar al PP fuera de cualquier acuerdo.

Pedro Sánchez formó sociedad con los herederos de aquella ETA que les asesinaba a mansalva contra el PP, después de haberlo marcado como un partido tóxico. Y ahora Cs establece su particular acuerdo del Tinell en Barcelona con aquellos que agreden a sus militantes. Ni Sánchez ni Rivera han aprendido a identificar al enemigo. Es un problema sanitario. ¿El cordón dice usted? ¿No será que no sabe pronunciar la ene?