ABC-IGNACIO CAMACHO

EL VOTO DEL DESAHOGO

HAY un actor nuevo en la escena política. Se llama Vox y antes de que sepa su papel en la función ya ha alterado la campaña electoral en Andalucía. No sólo porque llena sus mítines, agita las redes sociales y la cibermensajería y despliega un entusiasmo militante que le sirve como herramienta propagandística, sino porque ha sembrado el pánico en la derecha tradicional a través de una simple expectativa. Ni siquiera está claro que pueda superar la barrera proporcional mínima para obtener los escaños que las encuestas vaticinan en Almería, Cádiz, Málaga y Sevilla, pero ya ha logrado concitar la atención de unos competidores que en teoría debían ignorarlo para no contribuir a su crecida. Hasta Susana Díaz ha decidido movilizar a sus partidarios más indolentes agitando el fantasma de una amenaza ficticia: que viene el coco, el hombre del saco, el espantajo neofascista. El pequeño partido emergente va en volandas de sus adversarios, que se autointimidan hasta con el rudimentario vídeo ecuestre de una excursión campesina, en el que creen ver una suerte de aterrador simulacro de carga de caballería.

El votante conservador convencional venía dudando entre el PP y Ciudadanos, fuerza ésta última en la que proyectaba por su propia cuenta un perfil de vigor ideológico que en realidad no está en su ideario centrista y moderado. Ahora, sin embargo, muchos miran hacia el extremo del escenario y sienten la tentación del voto duro, cimarrón, pedregoso, arriscado, un voto visceral al margen de un liberalismo que consideran timorato, plegado a la hegemonía de un régimen casi hereditario. Es el impulso de un desahogo espontáneo, una sacudida de rabia y enfado, un antojo emocional aun a sabiendas de su escaso efecto práctico. Y también una expresión primaria, rebelde, de cierto estado de ánimo de orfandad y desamparo ante el discurso dominante de una izquierda que lleva treinta y siete años sin encontrar un oponente aquilatado. Ante la certidumbre de una nueva derrota, de otro inevitable fracaso, esos electores están dispuestos a prescindir de la utilidad del sufragio para utilizarlo como aliviadero moral de su cansancio.

El bloque de centro derecha ha pasado de ignorar a sobrestimar el peligro. Para tratar de cerrar la vía de agua, el PP ha situado a Vox en el eje del debate, amplificando su protagonismo. Le ha regalado la recta final con la apelación a la teoría del voto improductivo pero ese esfuerzo tiene ya pinta de resultar, además de contraproducente, baldío: los que han decidido apoyar al nuevo partido piensan que la papeleta popular es el verdadero desperdicio porque ya han descontado el enésimo triunfo del socialismo. Se han acostumbrado a perder y ahora al menos quieren consolarse con un grito. Se quedarán a gusto pero esa aparente sensación de alivio no impedirá que, a fin de cuentas, el poder de la autonomía siga en su sitio.