El dedo y la luna

ABC 26/08/16
IGNACIO CAMACHO

· Sánchez quiere desviar el debate de la repetición electoral hacia el de la fecha. Difuminar la categoría en la anécdota

HA cantado la gallinita. La intención socialista de evitar la votación en Navidad mediante una reforma de la ley electoral que acorte la campaña –¡¡bendito sea el Señor!!– transparenta la estrategia de Sánchez para forzar la vuelta a las urnas. El líder del PSOE pretende que los españoles votemos hasta que entre sus escaños y los de Podemos exista una mayoría para que él sea presidente. Y si no al menos seguirá acumulando trimestres al frente de un partido que ya no controla. Así que a partir de la semana que viene, cuando Rajoy pierda su intento de investidura, asistiremos a una batalla dialéctica y política centrada no en la responsabilidad de las nuevas elecciones sino en la de su desafortunada fecha.

Votar en Navidad es un disparate tan evidente que el presidente del Gobierno ha calculado el calendario para usar como herramienta de presión la inoportunidad del caso. Significaría una invasión abrupta, desaprensiva, de la intimidad familiar de los españoles y ocasionaría a muchos de ellos –desde el Rey, cuyo discurso de Nochebuena se verá afectado, a los miles de miembros de las mesas– infinitos contratiempos y molestias. No está claro, sin embargo, que puedan modificarse los plazos sobrevenidos; aunque la oposición apruebe por mayoría una proposición de cambio legal, resulta dudoso que el Gabinete en funciones esté capacitado para tramitarla. Lo que pretenden los socialistas es desplazar el eje del debate hacia el día para diluir su culpa en el bloqueo. Difuminar la categoría en la anécdota.

A partir del momento en que empiece a correr la cuenta atrás, Sánchez sabe que será el blanco de una descomunal campaña de señalamiento. El centro-derecha lo va a presentar como el hombre que obligó a los ciudadanos a votar un 25 de diciembre. Su objetivo inmediato consiste en desviar esa acusación sobre el propio Rajoy, agrandando el problema accesorio –el del momento elegido– para empequeñecer el principal, que es el de la repetición de las elecciones. Una polémica menor, pero de enorme impacto en la opinión pública, que tape otra mayor aunque menos novedosa porque ya lleva un año viva. Ganarla es muy difícil pero el dirigente socialista se ha acostumbrado a vivir de los empates.

Si hay terceros comicios, lo que cada vez parece más probable, nadie debatirá ya sobre programas envejecidos en 300 días de provisionalidad. No habrá otra discusión que el hecho en sí mismo, la anomalía del recurso reiterado a las urnas. En ese marco mental tendría todas las de perder el político que con su obstinación está cerrando cualquier otra salida. Por eso el candidato del PSOE necesita un distinto con el que equilibrar su pésima posición de partida. Algo que reprochar a Rajoy, algún argumento con el que presentarlo como un descarnado ventajista. Un truco para que, cuando sus adversarios señalen la luna, la gente se quede mirando el dedo.