Arcadi Espada-El Mundo

EL PRESTIGIO del derecho a la xenofobia es uno de los grandes lastres políticos de este mundo. Ni siquiera en su origen, como rescate del colonialismo, el derecho a la autodeterminación –así se le llama en lenguaje correcto–, y su inevitable consecuencia segregadora, fue la buena solución. Mejor habría sido la democracia. La autodeterminación invoca siempre, por más conchas de galápago con que quiera cubrirse, el inmoral apriorismo nacionalista: yo llegué aquí antes que tú y por lo tanto tengo más derechos que tú. Aparte de algún caso marginal la autodeterminación no la recoge ninguna constitución del mundo. Pero visto lo visto no parece suficiente. El derecho a la autodeterminación debería estar prohibido en las constituciones democráticas. Y de una manera que no puede ser poética o telúrica. Ninguna constitución debería apelar a la indivisibilidad de la nación que vertebra como si los ciudadanos no estuvieran en condiciones de poder desmentir un supuesto destino inexorable de la Historia. Cualquier nación, como cualquier cosa, incluido el átomo, es divisible. Basta que sus ciudadanos lo quieran. No hay España sin españoles y los españoles son solo los españoles vivos. De ahí que una constitución (y ya ven que me apunto, ¡por fin!, a su reforma) debería prohibir cualquier política secesionista que no incluyera el acuerdo de todos los ciudadanos que firmaron en su día el pacto constitucional. Sería difícil vencer las dificultades prácticas para emprender una reforma generalizada de las constituciones europeas; pero menos descabellado sería el estudio de una directiva comunitaria que planteara esta posibilidad. 

Una broma maliciosa de un grupo de catalanes reivindica que una parte de Cataluña se secesione del todo. Los resultados electorales, que trazan una línea vigorosa entre la Cataluña rural y la urbana, ha ayudado a la verosimilitud de la iniciativa. La broma tiene bastantes virtudes pedagógicas, pero hay una que destaca sobre las demás: la dificultad de detener el mecanismo autodeterminista cuando se pone en marcha. Uno de los primeros problemas con los que se encontraría esta Tabarnia nacida de la antigua Cataluña sería la cantidad de renegados que inmediatamente surgirían y la temible posibilidad de que se hicieran fuertes en una parte del territorio. 

Las personas religiosas identifican la muerte con ese momento exaltante, falso y putrefacto en que el alma se autodetermina del cuerpo.