El desahuciado populismo

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 26/05/16

· El populista empieza en la calle. Una mezcla de barro de barrio y testosterona. Desde allí lanza sus consignas, que pueden resumirse a la perfección en esta frase: «No obedeceremos leyes injustas». Las leyes que no van a obedecer pueden referirse tanto a los moros como a los bancos. Desahucios.

Ésta es la palabra, exactamente, que vincula al partido Podemos con el Frente Nacional. En la calle el populista utiliza la violencia: incendia coches, rompe lunas y escrachea. A esas alturas el sistema suele reaccionar con la indiferencia de la porra, los grilletes y la evaluación de daños. Salvo que el sistema empiece a necesitarlos por alguna razón.

El sistema del alcalde Trías de Barcelona, por ejemplo. Recibió la instrucción, si es que debía recibirla, de que el Proceso katalán no podía permitirse un ápice de violencia. Y es así como les puso un piso a los okupas barceloneses. Su iniciativa se instalaba en un contexto más vasto: el pacto entre el nacionalismo burgués secesionista y el antisistema sistemático dio tres insólitos años sin incidentes callejeros en Barcelona. Lo que le hizo perder a la ciudad, por cierto, un gran atractivo turístico. Las necesidades de audiencia del sistema llevaron el populismo a la televisión. Y de allí al poder en un cierto número de comunidades y ciudades.

Ahora el populismo, que ha abandonado la calle y el disturbio, se ilusiona con la posibilidad de ganar las elecciones. En Francia, en América, en España y en otros lugares. Esa ilusión no llega más allá de las primeras 24 horas de estancia en el poder. En ese intervalo aún se puede oír a Ada Colau diciendo que no obedecerá las leyes injustas… que ella promulgue. Pero como se trata de un vómito de sentido ya no se le va a oír más diciéndolo. A partir de ese momento el populismo se disuelve.

El último ejemplo global es el del azucarillo Tsipras. Hay quien le reprocha traición a los ideales y otros dramitas. ¡Quia! La conducta del griego está escrita en los genes del programa. En Occidente, el populismo solo sirve para acercarse al poder y a veces para alcanzarlo; pero jamás sirve para ejercerlo. Al margen de sus retóricas inflamadas con los nombres de las calles o los títeres de los niños, el populista solo tiene dos posibilidades: comportarse como un socialdemócrata de hipocresía redoblada o volver al barrio de pirómano de sí mismo.