El Correo-IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA

No se puede competir en promesas con los populistas, hay que devolver la confianza de la población en la política propiciando la colaboración con los agentes político-sociales

En Europa occidental, a lo largo de las últimas décadas se viene produciendo el desarme ideológico de la socialdemocracia tanto por la asunción de sus causas por parte de otras corrientes políticas como por la implantación práctica en toda Europa de la mayoría del ideario socialista del siglo XX. De alguna manera, el socialismo europeo está ‘muriéndose de éxito’. Esto ha supuesto la ampliación de la base social de otras familias ideológicas, que compiten por el mismo electorado. También ha colocado a los líderes socialistas ante la disyuntiva de cómo escoger causas que se ajusten a su trayectoria histórica.

La respuesta de los dirigentes socialdemócratas va por dos vías: algunos han respondido sustituyendo los ideales de hermandad por particularismos territoriales, en tanto que otros están absorbiendo de los liberales clásicos del siglo XIX su internacionalismo militante y su actitud pragmática para mejorar la gobernanza del Estado y las condiciones de vida de la población. Un tercer grupo dentro del socialismo se ha radicalizado, adoptando actitudes asamblearias, antiparlamentarias, y restrictivas tanto de la división de poderes como de la libertad de prensa, abanderando exigencias económicas inviables en la práctica. Finalmente, un cuarto grupo ha derivado hacia el nacional-socialismo xenófobo, al estilo de los fascismos del siglo pasado.

La primera corriente puede personalizarse en la trayectoria del aristócrata Robert Bontine Cunninghame Graham (1852-1936), fundador del Partido Laborista Escocés y primer socialista que resultó elegido miembro del Parlamento británico. El programa con que fue elegido en 1886 incluía sufragio universal masculino y femenino, abolición del trabajo infantil, jornada de ocho horas, libertad de expresión, comidas gratuitas para los niños en el colegio, la separación entre la Iglesia y el Estado y un estatuto de autonomía para Escocia. Después de ser el primer miembro del Parlamento británico en ser desprovisto de su inmunidad y de pasar por la cárcel, su lucha en defensa de los oprimidos se le iría quedando corta, pasando del autonomismo al independentismo. Tras fundar el Partido Laborista Escocés, creó y presidió el National Party of Scotland –el primero en exigir la independencia– y el Scottish National Party.

Salvando las abismales distancias intelectuales y humanistas, esa trayectoria también la está recorriendo Ernest Maragall, nieto del poeta cristiano y catalanista Joan Maragall –el de la ‘Oda a Espanya’, contradictor y amigo de Unamuno–. El Maragall actual hizo carrera en el socialismo barcelonés a la sombra de su hermano Pasqual; después de su paso por la consejería de Educación de la Generalitat abandonó con un sonoro portazo el Partido Socialista para incorporarse al efímero Partit Catalá d’Europa, fundando poco después el partido Nova Esquerra Catalana. Ante la falta de éxito de su proyecto se incorporó a Esquerra Republicana de Catalunya, formación que primero le proporcionó un asiento en el Parlamento europeo y actualmente la poltrona de Asuntos Exteriores en el Gobierno de Torra (de conocidas opiniones acerca del socialismo tenga éste el apellido que tenga).

La opción europeísta y pragmática la personificó Felipe González, secretario general del PSOE entre 1974 y 1997. Lideró la modernización del socialismo, abandonando el marxismo y todo sesgo antisistema; amplió extraordinariamente su base electoral a derecha e izquierda –incluso finiquitando a los grupos de centro y al Partido Comunista, ‘robándole’ además a ambos sus mejores dirigentes–. La talla de estadista de González se ha concretado en aplicar sus programas socialistas hasta liderar el más profundo proceso de modernización del Estado de los últimos dos siglos; además, recuperó la influencia de España en Latinoamérica y colocó al PSOE a la cabeza de la socialdemocracia mundial. Aun estando jubilado, González sigue siendo uno de los formadores de opinión más respetados del mundo. Legado suyo es el actual PSOE –europeísta, pactista y pragmático– que ha evitado correr la misma suerte que los socialismos italiano, griego y francés, víctimas de la corrupción y del proceso de vaciamiento ideológico que comento.

El principal riesgo de la socialdemocracia es competir en promesas demagógicas con las dos variantes del populismo: los antisistema que se autodenominan ‘socialistas’ y los neofascistas. Estos partidos antisistema se dirigen al mismo electorado que los socialistas, concentrándose unos en la población que exige un ‘Estado providencia’ (que le asegure la vida a todo el que ponga un pie en el país) y los que azuzan los temores ante la inmigración. Estos dos grupos de pseudo-socialistas son una amenaza muy real, porque están creciendo a costa de partidos tan sólidos como las socialdemocracias sueca, alemana y holandesa.

La peligrosa situación actual requiere de una renovación del socialismo, enfatizando la gestión eficaz y la lealtad a los valores socialistas sobre cualquier tentación electoralista. Se cumplen 120 años de la publicación del libro ‘Problemas del socialismo’, con el que Leonard Bernstein inició el proceso por el que los socialistas abandonaron las actitudes revolucionarias y de clase, evolucionando desde el internacionalismo radical hacia un nacionalismo no excluyente. En un duro entorno de elevadísimas deudas nacionales, desaforado coste de los servicios públicos, envejecimiento de la población y presión migratoria, el margen de maniobra de los gobernantes europeos se ha estrechado muchísimo. Ya no es tanto ‘ofrecer más’ sino mantener lo conseguido. No se puede competir en promesas con los populistas, hay que devolver la confianza de la población en la política, propiciando la colaboración con todos los agentes político-sociales y cumpliendo unos programas realistas.