El día de la Consti

EL MUNDO 07/12/16
SANTIAGO GONZÁLEZ

Cuando llega el aniversario de la Constitución, no parece que toque celebrarla, sino justamente reformarla. Nada mejor para celebrar el aniversario de boda que hablar de la posibilidad del divorcio. La Constitución cumplía ayer 38 años. No ha sido a lo largo de todo este tiempo un mal acuerdo. Perfectible, claro, pero ha sido el mejor que hemos tenido nunca, no pudimos hacer nada mejor y aun ahora no podemos mejorarla. El Gobierno no es partidario de aventuras. El primer partido de la oposición desea la reforma. Dice Javier Fernández que «reformarla es la mejor forma de defenderla», pero eso parece más bien un disparo de fortuna. Puede que sí o puede que no y ya advertía Ignacio de Loyola de que en tiempo de desolación es mejor no hacer mudanza.

Al festejo no asistieron los nacionalistas. La antigua Convergència tuvo un buen ponente, Miquel Roca. Tampoco asistió IU, que bajo las siglas del PCE y con Jordi Solé Tura como ponente tanto contribuyó. Si comparamos a los dos citados con Quico Homs o con el pobre Alberto Garzón podremos hacernos una idea de hasta qué punto la raza degenera y por qué entonces fue posible lo que hoy es mejor no menear. Los nacionalistas, cada vez más ausentes, cometen dos errores en la lucha por lo suyo. Uno gramatical, tomar por adjetivos calificativos lo que son sólo gentilicios: vasco, catalán o español, que les permite distinguir lo bueno (vasco, catalán, etc.) de lo malo, lo español. El otro error es matemático. Hace ya bastantes años se lo oí definir a José Ramón Recalde: «Un problema básico de los nacionalistas con respecto a la autonomía es que siempre confunden el óptimo con el máximo».

También declinó su asistencia Pablo Iglesias, seguramente por la misma razón que le llevó a fumarse la asistencia a la Comisión Constitucional en las dos últimas convocatorias (a pesar de cobrar por ello): al líder de la liga de los sin bata le tira la pella. Delegó en Bescansa y en el jotero salaz quizá por razones estéticas.

Las juventudes del PNV pusieron tal día como ayer en 1994 una esquela con su orla negra y su cruz, que decía: «Constitución española. Falleció en Euskadi por rechazo popular al negar a los vascos un derecho tan básico como el de autodeterminación». Un detalle macabro, la esquela que vi en Bilbao estaba en la calle Tívoli con Campo Volantín, el lugar exacto en que ETA había asesinado al sargento mayor de la Ertzaintza Joseba Goikoetxea, un año antes, en presencia de su hijo.

No hay acuerdo de dónde partimos, adónde queremos ir ni a través de qué camino. Por mucho que se empeñe Fernández no puede haber acuerdo entre quienes defienden la Constitución y quienes quieren acabar con ella. Sería un gran paso que el PSOE estuviera de acuerdo consigo mismo y saber quién va a mandar, si Susana Díaz, Pedro Sánchez o, como opinan los terceristas, ni Su ni Sa. Según el CIS sólo el 23% de los españoles son partidarios de la reforma para dar más poder a las comunidades autónomas, no diré más, miren a Italia.