El dique Navarro se agrieta

ALBERTO AYALA, EL CORREO 10/02/13

· El nacionalismo vasco ve el escándalo de la CAN, que ha debilitado a UPN y PSN, como una oportunidad política.

· El sector histórico de UPN quiere sustituir a Yolanda Barcina por Alberto Catalán para recomponer los puentes con el PSN.

Navarra ejerce hace tres décadas, desde la aprobación en 1982 de su particular Estatuto de Autonomía –la Ley de Amejoramiento del Fuero– un singular trabajo. El antiguo reino actúa a modo de dique de contención de las aspiraciones del nacionalismo vasco de conformar una única comunidad con los cuatro territorios euskaldunes situados a este lado de los Pirineos. Paso previo básico en el camino hacia la soberanía plena.

Ese muro se ha levantado a partir de un instrumento económico, el Convenio, distinto aunque con similitudes con el Concierto vasco, que ha reportado a Navarra un ventajoso tratamiento del Estado. Y dos vigas políticas: Unión del Pueblo Navarro (UPN) y el Partido Socialista (PSN-PSOE).

Desde 1984 ambas formaciones dirigen los destinos de la comunidad foral juntas, por separado y, excepcionalmente, en compañía de terceros. Esas excepciones se llaman CDN –formación escindida de UPN que fundó el heterodoxo expresidente navarro Juan Cruz Alli, hoy ya sin representación– y EA. El partido de Garaikoetxea permaneció apenas diez meses en el Gobierno tripartito del socialista Javier Otano, entre 1995 y 1996.

Esa ha sido la única ocasión en que el nacionalismo vasco ha tocado poder en Navarra desde la Transición. Antes y después, el Palacio Foral ha sido, es, territorio vedado a las fuerzas abertzales. Por supuesto, para la antigua Batasuna. Pero también para otras formaciones en las que no participaba la izquierda abertzale tradicional, como la primigenia Nafarroa Bai –integrada por Aralar, EA, PNV, Batzarre e independientes–, que los herederos de HB consiguieron hacer saltar por los aires hace ya unos cuantos meses.

El freno de Ferraz

En 2007, la dirección del socialismo navarro intentó acabar con esta particular versión de los gobiernos de turno que personificaron Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta allá por el siglo XIX en España. El PSN negoció la formalización de un Gobierno de izquierdas con NaBai e IU que presidiría uno de los suyos. Pero Ferraz, la dirección del PSOE, abortó la operación: mejor que UPN conservara el poder en la comunidad que ver a nacionalistas de Aralar, EA y el PNV en el Ejecutivo, con los secretos y las cuentas de la comunidad a su alcance. Navarra seguía siendo cuestión de Estado.

En su larga trayectoria al frente de UPN, Miguel Sanz –durante tres lustros también presidente de la autonomía– siempre tuvo claro que la prioridad debía ser preservar el entendimiento con los socialistas. Por eso, en 2008, en plena ofensiva de Rajoy contra Zapatero, no dudó en ordenar el apoyo a los Presupuestos del acosado presidente socialista. La reacción de Génova fue fulminante: ordenó a los suyos dejar UPN y crear de nuevo un PP navarro.

Su sucesora al frente del partido y de la comunidad, la burgalesa Yolanda Barcina, nunca ha compartido esa jerarquía de valores. Considerada mucho más próxima al PP que al genuino navarrismo de UPN, en verano de 2012 expulsó a los socialistas del Gobierno foral y desde entonces se mantiene al frente de la comunidad con un Ejecutivo en minoría parlamentaria, solo apoyado por el PP, que no puede sacar adelante prácticamente nada.

En este contexto ha irrumpido el fenomenal escándalo de Caja Navarra. Un ejemplo de mala gestión, falta de control y amiguismo, que los tribunales determinarán si merece además que alguien pague por ello con la cárcel, y que ha originado una verdadera conmoción en la calle. Sobresueldos, relojes, chivatazos económicos y chantajes en una historia que tiene entre sus protagonistas a algunos de los rostros más conocidos de UPN y del PSN.

El enfado, la incredulidad ante lo ocurrido alcanza a todas las capas de la sociedad navarra. Entre los interpelados, muchos prohombres del regionalismo y también algunos del socialismo local. Nada extraño, pues, que el nacionalismo vasco haya visto en el escándalo una notable oportunidad política como nunca había ocurrido y se haya colocado a la cabeza de quienes impulsan el pleno esclarecimiento de la vergonzosa liquidación de la caja de los navarros, hoy apenas un sillón sin poder en la central de Caixa Bank, en Barcelona.

División en UPN

UPN ha percibido el peligro y la unidad interna saltaba el miércoles por los aires. El mes que viene, el ‘número dos’ de la formación y presidente del Parlamento foral, Alberto Catalán, un navarrista con el pedigrí del que carece la presidenta de la comunidad, disputará a Barcina el liderazgo del partido. No toca reconocerlo públicamente, pero todo apunta a que si gana su prioridad será recomponer el hoy agrietado muro navarro con el PSN. Por más que ello pueda llevar a Barcina a tirar la toalla y convocar elecciones anticipadas.

El guiño navarrista parece claro. Ahora deberán ser los socialistas –los de aquí y los de allí– quienes decidan si vuelven al turno o rompen amarras. El nacionalismo vasco aguarda expectante.

 ALBERTO AYALA, EL CORREO 10/02/13