El doblete del Rey

EL MUNDO 29/05/17
SANTIAGO GONZÁLEZ

EL SÁBADO debió de ser una dura jornada para el Rey de España. Por la mañana presidió el desfile militar del Día de las Fuerzas Armadas, en compañía de la Reina. Con uniforme de capitán general y en su calidad de Jefe Supremo de los tres Ejércitos, asistió Don Felipe al desfile más lucido de los últimos años, con 2.500 efectivos, 160 vehículos y 63 aeronaves.

Al caer la noche le tocaba presidir la final de la Copa de su nombre, ya en solitario, porque la Reina, como las hijas del pueblo, sabe distinguir los eventos a los que asistir de los que no. La esposa de Zapatero ya había mostrado una rara habilidad para seleccionar los actos que debía fijar en su agenda. Uno, hijo del pueblo, al fin y al cabo, lo comprende: ¿para qué voy a ir a un acto en el que se me insulta? No hay duda entre presidir el desfile ordenado y disciplinado de una brigada y asistir al espectáculo de una tropa grosera y semoviente, vociferando contra el patrocinador de un trofeo que sus respectivos equipos se disputan con mucho afán.

El Barça es el equipo que más se parece a España. Es el que ha ganado más copas, aunque reivindique extranjería. Fue también, ex aequo con el Athletic, el que más copas ganó en el franquismo, cuando se llamaba Copa del Generalísimo, empatados a nueve ambos equipos. Jamás en esos 18 años pitaron al jefe del Estado, ni a la Marcha Real, aunque el himno fuera el mismo. Barça y Athletic son los dos equipos cuyas aficiones se entienden mejor a la hora de pitar y abuchear al Rey y al himno nacional en las finales de la Copa del Rey. El equipo catalán no mojó durante la República; el vasco tres veces.

El Alavés no fue el Athletic, pero basta que uno de los dos finalistas sea el Barcelona para que esté garantizada la asonada. Hubo pitos y abucheos en un Vicente Calderón agónico que mostraba calvas en los graderíos. La pitada fue protocolaria, como decía mi querido Camacho en su columna del sábado, y está extrañamente a juego. Las Juntas Generales de Bizkaia han prohibido que la selección española pueda jugar en San Mamés con los votos del PNV, EH Bildu y Podemos. Todos los jugadores del Athletic se perecen porque Lopetegui les llame a la selección, pero ninguno de ellos dirá ni mú por una decisión que forzosamente ha de parecerles estúpida.

Tras un partido jugado entre Francia y Túnez en el Stade de France, en el que se abucheó el himno nacional, Sarkozy hizo saber en 2008 que si en un partido de la selección francesa volviera a pasar lo mismo durante la interpretación de La Marsellesa, el encuentro quedaría suspendido y se reanudaría cuando las autoridades lo determinasen.

El Barça es también un equipo muy español en otro aspecto. Más que un club, un partido. Como cualquier partido tiene a sus figuras en trance judicial: sus dos últimos presidentes, el propio club y sus estrellas relevantes, ya condenadas por delito fiscal: Messi, Mascherano, Neymar y la madre que parió a este último en sentido estricto, née Nadine Gonçalves y procesada desde hace pocos meses.

Uno envidia ese respeto tan francés hacia los símbolos y admiro hasta a un mindundi como Hollande cuando se puso a cantar La Marsellesa en la Asamblea Nacional tras los atentados de París. Creo que el Rey no debería tolerar esa reglada burla a nuestros símbolos y a sí mismo. Y si el Gobierno y la Federación son incapaces de encontrar una solución Sarkozy, sería preferible que plantase a aquella chusma al primer silbido, indicando a los presidentes que le comunicaran al final el nombre del ganador para que la Casa del Rey les enviara el trofeo por SEUR.