EL EMPATE REGALADO

ABC-IGNACIO CAMACHO

La frustración del separatismo, desfondado en su propio aniversario, no ha supuesto un éxito simétrico del Estado

MÁS allá de la retórica de resistencia con la que encubre su auténtico estado de ánimo, resulta evidente que el golpismo catalán llega desalentado, dividido y melancólico a su propio aniversario. La desganada épica de salón de Torra y la agitación batasunera de los CDR apenas disimulan la certidumbre del fracaso. La paradoja del caso reside, sin embargo, en que ese palmario desengaño independentista no ha supuesto un simétrico éxito del Estado, que no ha sabido rentabilizar la manifiesta deflación del adversario. Antes al contrario; primero con la aplicación por Rajoy de un artículo 155 tardío y timorato y luego con el apaciguamiento táctico empleado por Sánchez para sostenerse en el cargo, el Gobierno de la nación ha desperdiciado la ventaja política que pudo obtener hace un año. Y ha vuelto a desenfocar la estrategia al conformarse con un statu quo condescendiente y manso que transforma la victoria en un empate regalado.

El constitucionalismo español no tendrá otra oportunidad mejor para desactivar el conflicto, si no para siempre sí por un tiempo significativo. En vez de aprovecharla la ha dejado ir desde el principio en una cadena de errores de origen distinto que confluyen en el prejuicio de aceptar la hegemonía nacionalista como un hecho consumado, inevitable como un sino. A estas alturas carece de sentido insistir en la pusilanimidad con que el marianismo abordó la fase aguda del desafío; hasta Pablo Casado ha evacuado ya un veredicto autocrítico sobre ese apocamiento que al cabo le costó el poder al PP y provocó en sus bases electorales un abandono masivo. Ahora lo que importa es el hecho objetivo de que no sólo se ha malversado la posibilidad de desmantelar las estructuras del separatismo sino que el Gobierno de España depende de una alianza con quienes se proclaman sus enemigos. Es decir, que el ya de por sí desganado ejercicio de autoridad democrática del 155 ha desembocado, moción de censura mediante, en un pacto subrepticio que proporciona oxígeno a los golpistas y les otorga un papel decisivo.

Es cierto que ya no existe riesgo de insurrección a corto plazo. Lo que está desperdiciando el Estado es la ocasión de hacerla inviable también a término largo, de consolidar su presencia en Cataluña en un momento en que la cohesión social del independentismo atraviesa un ciclo bajo y su liderazgo está en la práctica desarticulado. La pretendida distensión de Sánchez sólo va a conseguir reanimarlo, devolverle la masa crítica perdida y fortalecer su arraigo. Se trata de un despropósito irresponsable que el país entero pagará caro si, un día quizá no demasiado lejano, el programa de secesión alimentado con la incansable propaganda del agravio logra reunir en cualquier elección autonómica un respaldo real y aritméticamente mayoritario. Entonces no valdrá el llanto retrospectivo por la catástrofe que pudo haberse evitado.