ABC-IGNACIO CAMACHO

Susana Díaz teme que de la alianza entre Sánchez e Iglesias salga una maquiavélica operación para cobrarse su cabeza

DESCONTADA la victoria –en minoría– del PSOE en todas las encuestas, la principal incógnita de las elecciones andaluzas está en la competencia, que se presume apretada, entre los partidos de centro derecha. De su resultado dependerá en gran medida la correlación nacional de fuerzas entre el PP y Ciudadanos ante el largo ciclo electoral que comienza; o, dicho de otro modo, la decantación del voto útil entre Casado y Rivera. Si Cs, que ha crecido mucho en las capitales y en la franja costera, queda por delante, el nuevo líder popular perderá su primera gran prueba y empezará a sufrir la duda de su electorado y la contestación interna. Le queda la baza de la implantación rural, esa Andalucía interior a la que los naranjas aún no llegan, pero serán pocos votos y menos escaños los que marquen la diferencia. La probabilidad de que entre ambos sumen una masa crítica de cambio es bastante incierta. No descartable ni inverosímil pero poco plausible como apuesta.

Pese a ese despejado panorama, la virtual ganadora tiene un motivo para no sentirse tranquila. Ni siquiera el sesgo sectario del CIS le contempla una mayoría, y el tajante anuncio de Rivera de que no repetirá pacto –le ha faltado jurarlo sobre una Biblia– la deja ante la única alternativa de aliarse para gobernar con la coalición entre Podemos e Izquierda Unida, fórmula actualizada de un viejo comunismo que siempre conserva arraigo en Andalucía. Sucede que los líderes de Adelante, Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo, detestan a Susana Díaz con una animadversión que ella corresponde en la misma medida, y que han adelantado que en cualquier acuerdo exigirán su renuncia como contrapartida. El problema de la presidenta es que a Pedro Sánchez le puede agradar mucho esa perspectiva de conservar el bastión de poder y deshacerse al mismo tiempo de la oposición susanista. Y que en política el verdadero enemigo se esconde siempre en las propias filas.

Sánchez está a partir un piñón con Pablo Iglesias. Si no sale del presidente la sugerencia, le encantará la posibilidad de derribar a su rival en el partido por mano ajena. Su socio le haría el trabajo de liquidar la disidencia y él tendría la impecable coartada de salvar la alianza de la izquierda. Por eso Díaz se siente inquieta; ya ha aceptado como mal menor la idea –que ayer le aconsejó hasta Felipe González– de apoyarse en Podemos a falta de mejor muleta, pero lo que ve venir es una maquiavélica operación para cobrarse su cabeza. Después de las urnas tendrá que desplegar su estrategia, pero ya sabe por experiencia que no hay peor cuña que la de la misma madera.

En cualquier caso, hasta los votantes de derecha están convencidos de que el PSOE va a gobernar la región por otros cuatro años. Y si logra concluir el mandato habrá cumplido en el poder, aunque con incuestionable respaldo democrático, más tiempo que el mismísimo Franco.