El espejo francés

ABC 27/05/17
IGNACIO CAMACHO

· El bipartidismo francés se ha hundido por corrupción e ineficacia. Clara advertencia para quien quiera verla en España

NADIE aprende en ejemplo ajeno pero lo que ha ocurrido en Francia es un aviso serio: ninguno de los dos candidatos a la segunda vuelta electoral pertenece a un partido sistémico. El domingo se hundieron las dos fuerzas dinásticas de la V República, socialistas y gaullistas, que alternándose han sostenido los últimos sesenta años de Gobierno. Como remedio contra el triunfo de los populismos de izquierda o de derecha, el establishment ha tenido que improvisar en pocos meses una candidatura de centro. El lanzamiento de Emmanuel Macron es una especie de «operación Ciudadanos» a lo grande y con más éxito; una solución de emergencia para evitar que el desplome de la política convencional desemboque en un nuevo orden incierto.

El bipartidismo francés se ha hundido por corrupción e ineficacia. Un estado de pesimismo general ha empujado a los ciudadanos a creer en charlatanes, demagogos y oportunistas vendedores de esperanzas. La política se rige por la implacable ley física de la ocupación de espacios: el que abandona el suyo encuentra un rival que lo desplaza. Es tal el hartazgo de la opinión pública que mucha gente busca soluciones drásticas sin preocuparse de su impacto en la calidad de la democracia: los proyectos de Le Pen y Melenchon –más del 40 por 100 de los votos entre ambos– contienen una fuerte impronta autoritaria. Ambos estarían hoy disputándose la Presidencia en un duelo demencial, extremista y antieuropeo, de no haber cuajado a tiempo la interposición del movimiento En Marcha. Se trata de una advertencia clara para quien quiera verla en España, aunque aquí el factor esencial de desgaste lo constituye la deshonestidad de los agentes públicos antes que su inoperancia.

Los dos partidos clásicos españoles han resistido hasta ahora mejor que sus homólogos galos, pero la epidemia de corrupción ha alcanzado una dimensión paroxística que puede llevar al sistema al borde del colapso. Hay un rebrote letal del problema cuando parecía superado lo más grave; los últimos casos venales son de antier mismo, lo que demuestra que muchos dirigentes no han aprendido nada del pasado. Los populistas no podían soñar con un regalo mejor ni habrían escrito un guión más favorable a sus intereses a corto plazo. Con el PSOE envuelto en la confusión ideológica y el cainismo interno, los escándalos socavan al único partido que aún da cierto soporte estable al Estado. Hemos vuelto al escenario siniestro de la desconfianza en las instituciones y de un país en proceso de indignación que asiste al docudrama televisado del saqueo como a un escabroso espectáculo.

Con el Gobierno bajo un síndrome catatónico, esta dinámica autodestructiva conduce al descalabro. El sosiego relativo tras el ciclo electoral tenía un fondo postizo, falso. Basta mirar al espejo francés para encontrar un régimen más sólido que el nuestro al que la autocomplacencia ha zarandeado.