El Estado debería bombardear las calles de media Europa con octavillas en varios idiomas de los textos racistas de Torra

IGNACIO CAMACHO-ABC

LA MÁSCARA DE LA BESTIA

SI al candidato a presidir la Comunidad de Madrid le sacasen del cajón un artículo en el que llamara a los catalanoparlantes «bestias enfermizas» o «hienas carroñeras» no le quedaría campo para correr ni un lugar donde esconderse en el mundo. Ardería Cataluña en graves disturbios, la oposición pediría su procesamiento por delito de odio y el PP se lo sacaría de encima sin perder un minuto. El nacionalismo, sin embargo, considera un motivo de orgullo elegir a un presidente de la Generalitat capaz de sostener este infecto discurso, impregnado de agresiva xenofobia exhibida sin el menor disimulo. Un aranismo rancio, apolillado, miserable, que desprende, por decirlo con sus palabras, un rencor «perturbado y nauseabundo».

Pero esto lo tiene que conocer Europa. En la batalla esencial de la opinión pública, el nacionalismo ha logrado obtener una posición ventajosa que le permite pintarse en el extranjero con una expresión de modernidad política reprimida por una España tardofranquista, ceñuda, autoritaria y retrógrada. El constitucionalismo español no tendrá una oportunidad mejor de divulgar la clase de pensamiento –palabra demasiado generosa– que se oculta detrás de estos disfraces victimistas y sus sonrientes caretas de demócratas. El racismo, la supremacía segregacionista, son conceptos que despiertan en las sociedades liberales un recelo inmediato, un automático desasosiego asociado a los peores y más ingratos demonios de su memoria. Es la hora de desperezarse, de activar todos los recursos posibles para divulgar esa ignominia en cancillerías, medios de comunicación, embajadas, lobbies de influencia y demás plataformas ante las que se pueda desenmascarar la impostura del separatismo mostrando su cara más torva. Los artículos y los tuits de Torra, con su compendio de desprecio étnico y su inquina hosca, habría que bombardearlos sobre las capitales europeas con octavillas impresas en varios idiomas. Para que todo el continente sepa que el conflicto secesionista esconde, bajo la risueña lírica del diálogo y la épica emancipadora, la supervivencia de una doctrina justamente repudiada por sus consecuencias catastróficas.

No es sólo una cuestión de propaganda. En la Cataluña del se arrincona a los disidentes, se los estigmatiza y se los señala. A un profesor de bachillerato se le ha apartado de las clases por cuestionar en ellas los textos de Prat de la Riba y de Gener sobre «la raza catalana». Otro docente, cordobés, se ha tenido que volver a Andalucía porque la inspección lingüística –!!!– objetaba su pronunciación de la «s» aspirada. Está pasando, sí, en lo que todavía es una parte de España. De eso estamos hablando, de un delirio supremacista iluminado por la convicción de una misión sagrada. Ahora, en el poder, y por el momento sin trabas. Los textos de Torra desmontan, negro sobre blanco, cualquier eventual coartada de ignorancia.