Rubén Amón-El País

El nuevo Ejecutivo socialista huye del modelo Frankenstein y se proyecta más allá de 2020

Las hipotecas que habilitaron la investidura de Sánchez predisponían o sugestionaban la creación de un Gobierno-monstruo, un engendro político recubierto del pasamontañas de ETA, provisto de las garras del soberanismo, expuesto al azufre del nacional-populismo y sometido a la taquicardia de Podemos. Iba a convertirse Pedro Sánchez no ya en el doctor Frankenstein con sus guantes prometéicos de IKEA, sino en el doctor Caligari, de forma que su Gabinete experimental terminaría pariendo una aberración cultivada en el laboratorio incubando la semilla del diablo.

Era una imagen apocalíptica que se ha disipado para desconcierto de Rafael Hernando y para alegría de la patria. No cabe mejor señal al respecto del nuevo Ejecutivo que los elogios de Juan Vicente Herrera (PP) y los reproches de Joaquim Torra, extremos de una expectativa general que se resiente de un desmedido adanismo —el bien acude a sustituir al mal— y que contiene diversas razones para el optimismo y la catarsis: el europeísmo, el escrúpulo socialdemócrata, la cualificación de los cargos, la ortodoxia institucional, la exclusión del hooliganismo revanchista, el predominio de mujeres sin necesidad de explicaciones y las ambiciones explícitas de estabilidad.

No es que Sánchez vaya a dilatar la legislatura hasta marzo 2020. Su Gobierno de pesos pesados y de figuras mediáticas constituye más bien una plataforma de lanzamiento por encima de las contingencias y limitaciones contemporáneas. El PSOE ha invertido las inercias, ha recuperado el centro de gravedad de la política española. Un movimiento coyuntural que el nuevo presidente ha resuelto con audacia y que ubica en la periferia tanto a su enemigo natural en la izquierda (Podemos) como al providencialismo que representaba la fiebre naranja de Ciudadanos.

La euforia y hasta el almíbar que arropan la legislatura sanchista se exponen a un escenario hostil. Sánchez dispone de un margen precario (84 diputados) y ha asumido sin titubeos el rigor de los Presupuestos del PP. El volcán soberanista permanece activo. Y van a acudir a chantajearlo los partidos que se adhirieron a la moción de censura. No caben mejores antídotos hacia fuera y hacia dentro que Borrell (Exteriores) y Grande Marlaska (Interior), como no existe mejor camino de entendimiento parlamentario que ponerse a rectificar las leyes e iniciativas del PP.

Se trataría de “desgobernar”, de destejer, de convertir la aversión póstuma de Rajoy  y el aislamiento al PP en el punto de encuentro —ley mordaza, transformación de RTVE, reforma laboral, énfasis de políticas sociales—, incluso de relativizar al mismo tiempo las presiones independentistas. Sánchez recupera la iniciativa desde el centro.  Demuestra su instinto político y su capacidad de adaptación, como el surfero que se mece en la buena ola. Y resucita al PSOE precisamente cuando los comicios municipales y autonómicos necesitaban el viento de cola de la Moncloa.