El Gobierno colapsa

José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Sánchez está gobernando por encima de sus posibilidades, porque su gestión comenzó con las reglas de juego de la legislatura ya definidas y con un Gabinete improvisado

Aunque el barómetro del CIS, a partir de hoy sorprendentemente mensual desde que en 1996 pasase a publicarse cada trimestre, gratifique al Gobierno socialista con un buen horizonte electoral, lo que ocurrió ayer en el Congreso y en el Ministerio de Justicia se define con una de las dos significaciones que el diccionario atribuye a la expresión ‘colapso’. En virtud de la primera, colapsar implica la “paralización o disminución del ritmo de una actividad”, y según la segunda, supone “la destrucción o ruina de un sistema, una institución o una estructura”.

Pedro Sánchez está gobernando por encima de sus posibilidades porque su gestión comenzó en el mes de junio con las reglas de juego de la legislatura ya definidas a determinados efectos (por ejemplo, la mayoría del PP y de Cs en la Mesa del Congreso y el control popular del Senado) y con un equipo ministerial enjaretado con rapidez y, a lo que se ve, improvisado, de tal modo que dos ministros han dimitido (el de Cultura y Deportes y la de Sanidad, Consumo y Bienestar Social), otra (la de Defensa) está políticamente desautorizada por el propio Sánchez y, desde ayer, la de Justicia, Dolores Delgado, no está hundida pero sí muy tocada tras quedar acreditado que, efectivamente, sí conocía y sí coincidió (amistosamente) con el comisario retirado Villarejo.

 Pedro Sánchez dijo en la SER el día 3 de septiembre que él no gobernaría con los Presupuestos de Rajoy. Pues no le va a quedar más remedio que hacerlo, salvo que convoque elecciones generales. La ‘argucia’ del grupo socialista de enmendar en la Ley de Violencia de Género la reforma de la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria que concede derecho de veto al Senado en la aprobación de la senda de déficit fue un filibusterismo temerario. No porque este tipo de maniobras resultasen inéditas en el Congreso sino porque los socialistas simultanearon la enmienda con la tramitación, ya en marcha, de la reforma ordinaria de dicha ley, razón por la cual la Mesa de la Cámara tuvo fácil aducir el principio de congruencia para estimar los recursos contra la enmienda admitida por la comisión de Justicia, y tumbarla.

La decisión de este órgano de gobierno del Congreso, además, constataba una manifiesta desconexión material entre la enmienda y la ley en la que se trataba de colar, infringiendo así la doctrina al respecto del Tribunal Constitucional. Sobre su competencia para examinar y resolver los recursos de populares y liberales, no hay ninguna duda, y plantearla sería subvertir el orden parlamentario. Algo tan peligroso que asusta pensar que ni siquiera se intente. Ana Pastor, presidenta de las Cortes, solemnizó la decisión de la Mesa como una clara advertencia al aventurerismo político, y aparentemente jurídico, de algunos.

Como la proposición de ley de reforma del artículo 15 de la ley financiera que concede derecho de veto a la Cámara Alta en la aprobación de la senda de déficit se va a tramitar —también por legítima decisión de la Mesa— por el procedimiento ordinario, se llegará al verano de 2019 sin haber retirado al Senado (o sea, al PP) una facultad que impedirá a Pedro Sánchez elaborar y aprobar —con la aquiescencia de sus socios— los Presupuestos que el presidente deseaba y que disponían de una superior capacidad de gasto respecto de los actuales (entre 5.000 y 6.000 millones más) pero que introducirían nuevas cargas fiscales, del estilo de las que ayer propuso Podemos. Ahora, el jefe del Gobierno no tiene más que dos alternativas: seguir gobernando con los Presupuestos que aprobó el último Gobierno de Mariano Rajoy (cosa que dijo no haría) o abortar la legislatura y llamar a elecciones. Ninguna de las dos opciones es dramática, pero ambas son complicadas de gestionar.

Mucho más cuando el colapso presupuestario no es el único problema del Gobierno, aunque sea el más grave. El propio presidente tiene pendiente una comparecencia en el Senado sobre su tesis y el libro posterior y, también de inmediato, la ministra de Justicia hará lo mismo, a petición propia, ante el Congreso de los Diputados. Dolores Delgado debe dejar nítidamente claro que su relación con el comisario Villarejo fue, en el mejor de los casos para ella, como parece que fue según el tono de las conversaciones que se conocieron ayer a través de grabaciones de su almuerzo —con Baltasar Garzón entre otros— en abierta francachela con ese siniestro policía. Cabe la posibilidad de que ese funcionario ahora en prisión esté desplegando una torticera estrategia de defensa. Dolores Delgado debe estar, sin embargo, al cabo de la calle de que este asunto la perseguirá porque la audición de las conversaciones advierte, al menos, de indiscreción e imprudencia.

Por último, aunque no lo último, Pedro Sánchez, tras haber desautorizado a sus parlamentarios europeos e impuesto en el Congreso la abstención en la aprobación del tratado de libre comercio entre la UE y Canadá (junio de 2017), acaba de firmar con el ‘premier’ canadiense una declaración en la que el tal tratado —ampliamente criticado por el PSOE— se convierte en “un marco para incrementar los flujos comerciales bilaterales”. Otra rectificación. De la feracidad declarativa de los ministros sobre presos preventivos políticos y posibles indultos, mejor esperar a saber si ha sido un brote más de descoordinación o una estrategia pensada. Sea lo uno o lo otro, todo se une a un desenvolvimiento político confuso, desordenado e ineficiente. Colapsado.