IGNACIO CAMACHO-ABC 

El PP va a pagar en las urnas su escasa audacia frente a la revuelta de octubre y su incapacidad de construir un relato

LA gran paradoja del artículo 155 consiste en que no beneficia al Gobierno que lo ha puesto en marcha, ni siquiera entre los partidarios de aplicarlo. El rédito electoral de la intervención de Cataluña se lo está llevando Ciudadanos. No sólo en el ámbito catalán, donde Cs tiene legitimidad de origen y el PP es una marca estigmatizada incluso entre los sectores moderados, sino también a escala nacional es el partido de Rivera el que rentabiliza el frenazo a una crisis que estuvo a punto de colapsar el Estado. Se ha extendido, incluso entre los propios electores del centro-derecha, la idea (cierta) de que el Gabinete ha utilizado el 155 tarde, sin convicción y con espíritu timorato, y en cambio la opinión pública ha soslayado las reticencias iniciales de la formación naranja a la invocación de unos poderes excepcionales que consideraba literalmente «demonizados». Este fenómeno responde a un problema de empatía y de desinterés por la comunicación política: como en tantas otras ocasiones, el marianismo ha sido incapaz de construir un argumento discursivo propio, lo que ahora se llama un relato. 

Quizá en el fondo, más allá de la decisión concreta de activar el procedimiento de emergencia, lo que pese en el electorado sea la actitud entre reticente y desconcertada con que el Gabinete de Rajoy se ha movido en toda la fase crítica del proceso. La contemplatividad ante la crecida independentista, el pensamiento ilusorio de que la revuelta se frenaría sola, el fracaso en la evitación del referéndum; la sensación de que el nacionalismo se venía arriba envalentonado por la ausencia de respuesta del Gobierno, que tampoco resultó capaz de explicar a los españoles que su tardanza en reaccionar se debía a las dificultades encontradas para urdir un consenso. El silencioso movimiento de las banderas en los balcones no sólo expresaba el resurgir de una conciencia española y el hartazgo por el continuo hostigamiento separatista, sino una llamada de atención a unos poderes institucionales atenazados por la falta de reflejos. Sólo el Rey fue capaz de encarnar el liderazgo moral que la nación requería en aquellos delicadísimos momentos. 

Fue en esas semanas cuando se fraguó el estado de ánimo y de opinión que ahora reflejan los sondeos y que registrarán las urnas catalanas como primer aviso al PP de que se va a enfrentar a un contratiempo serio: la fuga del voto útil, el abandono de muchos segmentos de apoyo, el deterioro de su crédito. Su acartonamiento, su escasa audacia en el conflicto catalán lo deja en evidencia frente a un partido sin responsabilidades que puede permitirse un discurso descomprometido pero pujante, resuelto, fresco. Lo que Rajoy se está jugando, no sólo en Cataluña, es lo que consiguió impedir a base de paciencia en el ciclo electoral de 2015/16: la pérdida de su condición de referencia como eje de un proyecto.