Santiago González.El Mundo

  • Una leyenda china habla de un hilo rojo que conecta a quienes están destinados a encontrarse por encima del tiempo, el lugar o las circunstancias. En el caso que nos ocupa habría que añadir como obstáculo salvable «las legislaturas».

El hijo rojo del poder socialista, pongamos que hablo de Garzón, tuvo su manantial en la Ley Orgánica del Poder Judicial y como un hecho muy relevante el encuentro de Felipe González con Baltasar Garzón, propiciado por el presidente de Castilla-La Mancha, José Bono, en la finca de Patrimonio de Quintos de Mora el 27 de abril de 1993. Trece años después, ya de presidente Zapatero, invitó al mismo lugar al entonces presidente de Brasil, Lula da Silva, hoy en prisión por un delito de corrupción.

En aquel tresillo, acordaron que Garzón iría en la lista del PSOE de Madrid como número 2, detrás de Felipe González en las elecciones que se celebrarían 40 días después. Y así fue, aunque las expectativas de Garzón quedaron mermadas al quedar como delegado del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas, mientras su colega Juan Antonio Belloch le levantaba el Ministerio de Justicia y, unos meses más tarde, al dimitir Asunción por la fuga de Roldán, se llevó también entre los pliegues de la toga el del Interior. Esto último debió de ser demasiado para Garzón, porque ocho días más tarde dimitió y volvió a ocupar su plaza en la Audiencia Nacional, donde sacó del cajón el sumario dormido de los GAL con las declaraciones de Amedo y Domínguez, de tan gozosa celebración en la familia socialista.

El juez Baltasar Garzón, hilo rojo de las pasiones socialistas, volvió a adquirir protagonismo el 6 de febrero de 2009, un viernes en el que comenzó el sumario del caso Gürtel, haciendo detener a Francisco Correa, Antoine Sánchez y Pablo Crespo para dejarlos en remojo todo el fin de semana mientras él se iba a cazar y a cenar con Fernández Bermejo, el comisario jefe de la Policía Judicial, Juan Ignacio González y una amiga suya, la fiscal Lola Delgado, que no había ido allí a cazar. Lo demás es historia. La desdichada instrucción del sumario y la orden de grabar las conversaciones de los detenidos con sus defensas acabaron con una condena para él por prevaricación en el Tribunal Supremo. Con toda razón por violar el artículo 51.2 de la Ley General Penitenciaria, que dispone que «las comunicaciones de los internos con sus abogados defensores no podrán ser suspendidas o intervenidas salvo por orden de la autoridad judicial y en los supuestos de terrorismo». El creyó que no era precisa la concurrencia de los dos supuestos, que bastaba con que lo ordenase el juez.

Baltasar confundió la copulativa con la disyuntiva en una torpeza, no ya jurídica, sino puramente gramatical, lo que le costó la condena del Supremo. Un par de años antes había sido suspendido en sus funciones por el CGPJ. A su salida de la Audiencia Nacional le esperaban su amiga Lola Delgado y su amigo José Ricardo de Prada, que el mes pasado pudo rematar en su desdichada sentencia de la Gürtel, lo que Garzón no pudo.

¿Cómo no comprender a ese pobre hombre al que le quitaron dos veces la merienda? La primera vez se la madrugó su odiado Belloch, la segunda, su querida Lola, que ahora, en el epílogo de esta tragicomedia, ha sido nombrada ministra por Sánchez.