ABC-IGNACIO CAMACHO

El CIS es sólo una pieza del plan de ocupación, con finalidad publicitaria, de todo el aparato de poder del Estado

ANTES del aterrizaje de José Félix Tezanos, un competente catedrático al que la pasión política empaña un prestigio bien ganado, el CIS era una referencia de primer orden en el ámbito de las Ciencias Sociales. No por sus vaticinios electorales, que son sólo la parte de su trabajo más visible para la opinión pública, sino por la valiosa secuencia del pensamiento de la sociedad española registrada en la documentación de sus series históricas. El CIS es mucho más que un instituto de prospectiva del voto; constituye una muy reputada herramienta de investigación demoscópica general cuyos datos sirven de base instrumental a la comunidad universitaria y a los especialistas en el análisis de las conductas colectivas. Ese carácter de relativa neutralidad institucional ha sido respetado con mayor o menor acierto a lo largo de cuatro décadas, hasta que su nuevo director lo ha malversado en tres meses mediante una burda manipulación de sus pronósticos a favor del Gobierno que lo ha nombrado, como a otros responsables de organismos oficiales, para que lo convierta en un mecanismo más de propaganda.

Porque si se tratara de una excepción, este escándalo de los sondeos podría tener un pase. Sucede, sin embargo, que todas las empresas, entidades y corporaciones dependientes de la Administración han sido sometidas por el actual Gabinete a un detallista designio de ocupación del poder con la finalidad de construir un descomunal aparato publicitario. El enchufismo es una vieja y funesta tradición española, patente en cada relevo gubernamental; la novedad no consiste en rebañar mientras dure el privilegio del reparto clientelar de sueldos y cargos, sino en el plan de configurar –desde Redesa a Paradores, desde Hunosa a Cetarsa, desde Adif hasta ¡¡Salvamento Marítimo!!– un verdadero holding de sectarismo político en la estructura del Estado. Y sin tapujos, como demuestran las palabras, reveladas por ABC, del flamante presidente de Correos y anterior mano derecha de Sánchez, en las que informaba a sus colaboradores de su intención de utilizar en beneficio de su jefe todos los recursos de la compañía. Cuando un ente tan aséptico como el servicio postal se puede sesgar como artefacto de influencia, qué cabe pensar de maquinarias como RTVE o el propio CIS, dotadas por su propia naturaleza de enorme impacto comunicativo. El sanchismo ha transformado el sector público en un imponente almacén de distribución de consignas cuyo escaparate –y al tiempo motor logístico– es el mismísimo Consejo de Ministros.

Y no parece haber límites, ni siquiera de pudor, en esta tarea. Más bien al contrario, se aprecia un cierto afán exhibicionista, una intención de demostrar que este equipo no se acompleja por su minoría a la hora de mandar con todas las consecuencias. Si han puesto las manos sobre las inocentes estafetas, cómo se van a cortar de hacerlo con las encuestas.