Gregorio Morán-Vozpópuli  

Pedro Sánchez se ha adentrado en su propio laberinto y ahora se trata de encontrar la salida más cómoda para él y más onerosa para sus adversarios

¿Hablamos de política? ¿O seguimos charlando sobre cotufas en el golfo? Pedro Sánchez no tenía ningún interés en cerrar un acuerdo con Podemos porque su gobierno habría durado apenas dos meses. No es que el Presidente in pectore tenga vista de halcón, pero al lado de la fauna que le rodea alcanza a divisar los bultos que podrían convertirse en amenazas. ¿Alguien se imagina un gobierno formado por los sacapechos de Podemos jaleados por un Rufián consagrado en la Basílica de Lledoners como el nuevo nuncio del abad Junqueras, cuya única esperanza de una penitencia leve se reduce a la buena voluntad del Espíritu Santo encarnado en un tal Sánchez? Si Podemos, ese grupo “confederal” al que cita Pablo Iglesias como si se tratara de los “confederales” de los filmes del Oeste, no ha sido capaz de resolver con apenas un silbido a una delegada en La Rioja a la que trajeron de Berlín para poner orden en la pandilla, ¿qué carajo esperan que ha de pensar si forman gobierno? Como ése hay un puñado. Demasiado empoderamiento posmoderno para una formación que no ha dado el salto de la asamblea de facultad y el escrache a las obligaciones de un grupo político con aspiraciones de gobierno.

Y entretanto, el hombre de la flor en el culo les ha dado sedal y ellos mordisqueando el anzuelo. Más allá del último vagón no hay sitio, y el tren aún no tiene la orden de salir. Que esperen a septiembre u octubre para que cada cual se retrate ante el Tribunal Supremo, y si cabe ante las urnas. Nada es seguro, porque no depende de ellos sino de las contingencias. De momento seguir vacilando, y como la gente es idiota, como demuestran día tras día los medios de incomunicación más reputados, ya se irán inventando paparruchas para ir tirando.

¿Repetición electoral? Como es sabido que las urnas las carga el diablo hay que cubrir de mierda al competidor hasta las orejas

Como mínimo, hasta septiembre el corazón inerte del país dejará de existir; solo trabajarán los Servicios Auxiliares compuestos por el núcleo directivo, los fontaneros, los asesores, los fabricantes de encuestas, las secretarias -¡qué harían sin secretarias, ellos tan feministas!-, los chóferes, las encargadas de la limpieza y los encriptadores que hacen las veces de policías de seguridad para que no penetre el enemigo.

Pedro Sánchez se ha adentrado en su propio laberinto y ahora se trata de encontrar la salida más cómoda para él y más onerosa para sus adversarios. Repetición electoral. Como es sabido que las urnas las carga el diablo hay que cubrir de mierda al competidor hasta las orejas. Que se preparen los tibios, porque tendrán enfrente al Gobierno en funciones y al presidente en funciones. ¿En función de qué?, preguntará un cándido. Pues en funciones de machacarte vivo.

Ha llegado el momento de actualizar los dossieres y organizar concienzudamente las manipulaciones. La campaña sucia ha empezado hace ya algunas semanas, ahora hay que alimentarla con esa estupidez de nuevo cuño, “los relatos”. Ideas habrá pocas que sean nuevas, pero el lenguaje se ha renovado desde que los profesores han descubierto que se gana más trabajando la lengua y la jeta que a la inteligencia y al alumnado.

Después de los estriptis de esta semana, con el “enséñalo todo” de la sesión del jueves, votación incluida, solo queda el rubor de una cierta vergüenza ajena. Un presidente in pectore desbordando egolatría, nuevo Moisés que nos adentra en la tierra prometida, y un Pablo Iglesias que a falta de la hipotecada caseta del perro pide como consolación “fanta” para todos; devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás. Es curioso cómo volvemos al folklore, quizá Vox recupere los trajes de “faralaes” y la médico Montero y la “bonita” Calvo, con rosetón en el ojal, lo saquen de las Ferias de Abril y lo conviertan en traje racial. En una de las tonterías que don José Ortega y Gasset declamó en su vejez hay una que dice: “No se puede entender la historia de España sin los faralaes”. Ahí queda eso para Rufián el barnizado o Abascal el del caballo, que se atreve con una apócrifa cita de Unamuno. No sabe que el terrateniente más arrogante de Salamanca se paseaba los domingos por la Plaza Mayor montado en un alazán que llevaba de nombre de “Unamuno”.

No hay más amo que Sánchez; él decide y los demás esperan lo único que puede cambiar su suerte, que no son las urnas sino el destino

Panorama desolador el del erial político. Debería haberse emitido en horario prohibido para la infancia, porque provoca algo más que rechazo: incita a la violencia. Unos falsos autónomos con gastos pagados se ríen de sus propias gracias y se jalean en su condición de siervos del amo. En este momento no hay más amo que Sánchez, él decide y los demás esperan lo único que puede cambiar su suerte, que no son las urnas sino el destino. Tiene 123 diputados y quien le oyera creería que supera la mayoría absoluta.

Mientras, la ciudadanía pastueña se hace vegana o animalista o se droga con plasma -la pantalla es el más letal de los estupefacientes-. De ahí que sean tan importantes los tópicos. El que más me enardece es el de “la altura de miras”. No acabo de entender a qué se refieren. Es el recurso más utilizado en el actual adocenamiento político.

Todos los poderes que miran permanentemente al suelo de sus intereses tienen en la boca la exigencia de “altura de miras”. Para los demás, se entiende. ¿Alguien se imagina un consejo de administración, una reunión de ejecutivos de alto standing, una dirección sindical, una reunión de propietarios de los medios de comunicación, donde alguien iniciara su parlamento: “¡Tengamos altura de miras!”? Se pensarían que se trata de una variante del mercado, una añagaza frente a la competencia, una exigencia para cuadrar los números del balance, o una prueba de su obsolescencia.

¿Altura de miras? Podría ser la expresión de un cazador antes de disparar a una pieza de fuste. ¿Qué es la altura de miras? No he logrado descifrarlo nunca porque cada quien sabe lo que querría decir aplicado al otro, pero nunca a sí mismo. Se trata de una exigencia. Los partidos políticos deben tener altura de miras. Y cuando dirijan su mirada hacia lo alto, ¿qué verán? Lo cerca que está el poder y lo difícil que lo pone el adversario. Sólo a quien la astucia ha concedido el privilegio de dotarle de una flor en el culo sabe que todos miran al suelo, menos él.