Tonia Etxarri-El Correo

Antes de anunciar oficialmente la fecha de las próximas elecciones generales, el 28 de abril, Pedro Sánchez optó por iniciar ya su propia campaña desde el atril de La Moncloa. Su primer mitin. Como si se tratara de una sesión de investidura pero sin oposición que le diera la réplica. Un monólogo ante los medios para darse autobombo con los casi nueve meses de legislatura fallida y poder presentarse como la víctima de los extremos. Con un discurso implacable contra la derecha pero indulgente con los secesionistas catalanes que han sido, al fin y al cabo, quienes le han abandonado.

La de hoy parecía una escena contradictoria. El presidente de un gobierno provisional hablando del adelanto de unas elecciones que, según su propio compromiso, debían de haberse celebrado mucho antes. Unas elecciones adelantadas que se convocan con cierta demora. Porque su palabra ha tardado casi nueve meses en cumplirse. Ninguno de sus socios querían ir a las urnas. Demasiado pronto para el PNV que ve, ahora la paralización de transferencias e inversiones negociadas. A la Generalitat tampoco le interesaba un cambio de gobierno que no se parezca al necesitado de Sanchez. Entre otras cosas, porque con él habían logrado ya algunos gestos que no habían arrancado a sus antecesores. Pero fueron ellos, los independentistas catalanes quienes le han soltado de la mano. Sus maniobras negociadoras, ya tan avanzadas con la figura del relator/mediador de «conflictos»; y la creación de mesas paralelas al Parlamento, alertaron a los partidos de centro derecha que activaron su agenda de movilizaciones en cuestión de tres días.

Sánchez pisó el freno. Y los interlocutores catalanes, tan encelados con el derecho de autodeterminación (vulneración de la Constitución) y su exigencia de redoblar la presión a la Justicia (vulneración de la separación de poderes) le han dejado a los pies de la campaña.

No se cebará con ellos. A pesar del abandono. Y no lo hará por si los vuelve a necesitar. A Pedro Sánchez no le interesa exhibir el problema catalán durante la campaña. Fue precisamente el desafío de los independentistas el ingrediente que contaminó la pelea electoral en Andalucía. Y que decantó la gobernabilidad de la Junta. El PSOE perdió el poder. Por eso, en esta contienda el candidato Sánchez intentará pasar de puntillas por el campo minado de los rupturistas catalanes. Veremos qué responde cuando le preguntemos qué planes tiene para contrarrestar el disco rayado del referéndum sobre la independencia.

O qué piensa de la concesión de indultos a los encausados del ‘procés’. Le escucharemos. Y habrá que descodificar, después, sus claves. Su trayectoria nos ha demostrado que no existe una línea de coherencia entre sus mensajes y sus hechos. Quienes le han dejado plantado han sido los nacionalistas catalanes. Antes, los nacionalistas vascos hicieron lo propio con Rajoy. A cualquier gobernante que haya pasado por este tipo de experiencias debería servirle de escarmiento. Pero Sánchez necesita movilizar a su electorado para volverse a plantar en La Moncloa con más fuerza parlamentaria, ahora que Podemos está atravesando un ciclo de descomposición. Y la polarización le permitirá volver a reinventarse para situarse en el centro en donde se ubica Albert Rivera con Ciudadanos. Sánchez ha convocado elecciones para tomar impulso. La batalla por el centro acaba de empezar. Habrá que distinguir entre los originales y las copias. Y el trampantojo. Que también lo habrá.