El intelectual orgánico

ABC 03/10/16
IGNACIO CAMACHO

· Si Sánchez ha resistido tanto es porque el PSOE tiene un severo problema de nomenclatura y carece de un relevo claro

ESTÁ grabado: «En el Reino Unido el que pierde se va a su casa». Todo el coraje que Pedro Sánchez ha derrochado para resistirse hasta el final como un jabalí herido le faltó para aceptar con honor su colección de derrotas. Todo el daño que el PSOE se ha hecho a sí mismo en esta trifulca navajera se lo podía haber ahorrado si el secretario general hubiese actuado con honesta consecuencia tras el primer fracaso. Fue él quien, cuando el PP andaluz obstruía en 2015 la investidura de Susana Díaz, acudió como ejemplo de reacción ante un fiasco electoral a la renuncia del líder laborista británico.

No se fue sin embargo en diciembre, cuando resultó incapaz de aprovechar el severo retroceso de Rajoy. Antes al contrario, se postuló para la Presidencia y su Comité Federal tuvo que atarle las manos. Tampoco abandonó en junio, después de rebajar su marca negativa perforando su suelo de votos y escaños. Ni en septiembre, tras el batacazo de Galicia y el País Vasco. La respuesta a sus sucesivos descalabros consistió en urdir un demencial acuerdo multipartito que negoció a escondidas de sus compañeros, a quienes pretendía puentear con un refrendo plebiscitario. En su obsesión por alcanzar la Moncloa a despecho del veredicto de las urnas, Sánchez se había convertido en el candidato de conveniencia de Podemos. Eso es lo que lo ha hecho caer. Ha sido su desprecio por la estructura, las voces y el criterio de su propio partido lo que ha movilizado en su contra una precipitada coalición de disidentes alarmados por el secuestro de la organización y su deriva de populismo iluminado.

Alguien le hizo creer que sólo se debía a los militantes que le votaron en las primarias, y se fabricó una legitimidad falsa que obviaba la evidencia de que esa victoria interna fue cooptada por los barones que ahora lo han derrocado. Podía haberse consolidado con un proyecto de liderazgo, pero no deja una mínima herencia, un solo apunte de legado político: en dos años de mandato, no ha levantado una propuesta seria sobre los grandes problemas de España. Ni sobre Cataluña, ni sobre las pensiones, ni sobre la educación, ni sobre el Estado de bienestar. Su único programa consistía en expulsar a un Rajoy al que ha sido incapaz de inquietar como adversario. Los socialistas nunca volverán a enfrentarse a un PP tan cuestionado.

Si aun así ha resistido tanto es porque el PSOE tiene un severo problema de nomenclatura, de cuadros. Con Chacón rumiando dudas, Madina sin cuajar y Díaz llorando literalmente por los rincones, Sánchez carece de un sucesor claro. El socialismo español tiene que afrontar, con los consensos rotos por una feroz guerra civil, una decisión letal a corto plazo. Permitir la investidura de Rajoy o forzar nuevas elecciones: dos maneras de salir triturado. Demasiada responsabilidad para un partido que no está en condiciones de ejercer como intelectual orgánico.