El lloriqueo de los avalistas

ABC 25/08/16
ÁLVARO MARTÍNEZ

Los defensores de Otegui

Lloriquean afligidos los populistas y los nacionalistas porque no puede presentarse a las elecciones un tipo que ha pasado tres cuartos de su vida en el terrorismo activo, entregadito a él con la contundencia de un gerundio: secuestrando, extorsionando, defendiendo el tiro en la nuca a inocentes o jaleando los atentados que terminaban en ataúdes blancos. Y no puede porque ha de cumplir la pena que le fue impuesta por intentar resucitar una banda que mató a casi mil personas. Así, lagrimean desde ayer desconsoladamente Iglesias, Errejón y Garzón, que creen una muy mala noticia que se cumpla la ley en la carne de Otegui, aquel que tan afanosamente se preocupó de vulnerarla durante casi toda su vida.

La extrema izquierda nunca se llevó muy bien con el Estado de Derecho, pues este último aguanta regular ese tontuneo revolucionario, de asamblea de instituto, que se traen los dirigentes populistas. Daba cierta lástima leer ayer la reacción del mencionado trío. «Deben ser los vascos y las vascas quienes decidan quién les representa». La sandez de Iglesias es de un diámetro inabarcable porque no hace falta ni ser profesor de Políticas para saber que los vascos y las vascas, como el resto de los españoles, solo pueden elegir a gente que sea elegible, y Otegui no lo es hasta 2021 porque así lo dice una sentencia firme. Como loritos los populistas fueron repitiendo la monserga de «los vascos y las vascas», incluido Xavier Domènech, el del beso junto a los taquígrafos, lo que demuestra que las franquicias no mejoran a la matriz podemita en clarividencia.

A este orfeón quejumbroso y pelmazo se unieron los nacionalistas, de mayor o menor pelaje independentista. Allí apareció por ejemplo el diputado Campuzano, de la antigua CDC, abatido porque considera que lo que le conviene «a la normalización del País Vasco es el salto de Otegui a la política». Que para ello haya que saltarse la ley le da bastante igual, pues es lo que promueve su partido en Cataluña. Veinte años lleva Campuzano de diputado en las Cortes del Reino de España y no termina de cogerle el tranquillo al Estado de Derecho ni al imperio de la ley sobre las ocurrencias. Más triste que el intento de un terrorista de colarse en la elecciones riéndose de la Justicia –porque poco se puede esperar de ese saco de odio– es el lagrimeo de sus avalistas.