El Correo-JOSÉ MARÍA SALBIDEGOITIA ARANA

Necesitamos líderes que sean conscientes de que las ideas están para ser contrastadas, de que llegar a acuerdos es ganar todos y de que las personas siempre son respetables y son lo primero

Un amigo me decía el otro día que no entendía nada del funcionamiento actual de la política. Estaba claro que la realidad nos ha roto todos los esquemas previos y todo aquello que creíamos básico y sólido. Las imposturas, sobreactuaciones, verdades a medias, junto a mentiras, quimeras y ombligos se han colocado en primera fila y nos impiden ver el futuro y, por tanto, nos llenan de incertidumbre. Yo le dije que no es para tanto, que se imaginase contemplando el mar desde una roca. Si miramos a la superficie, veremos olas que se agitan, van y vienen, suben y bajan, con espuma y sin ella. Un ajetreo continuo, un sinvivir. Y, en realidad, solo son movimientos circulares de agua.

Pues de ese modo vemos hoy que todo parece efímero, que no hay tiempo, solo prisas, velocidad, distintos ritmos en la economía, en la política y en las ideas. Que aunque somos conscientes de la poca fuerza del poder político frente al económico, sin embargo, nos empeñamos en fragmentarlo y enfrentarlo para creernos que podemos mandar sobre un pequeño corralito (Brexit, independentismos, etc). Y a la vez nos quejamos de la existencia de grandes corporaciones todopoderosas a las que queremos poner vetos.

Vivimos en un mundo en el que se utilizan quintales de dignidad patriótica para tratar de ocultar toneladas de odio hacia los otros. Donde prima la búsqueda de un conflicto irresoluble, porque si es fácil de resolver, pronto nos quedaríamos sin conflicto y seríamos igual al resto. El conflicto ideal es aquel que se mantiene en un empate infinito, para lo que es necesario jugar con conceptos indeterminados, ambiguos, ambivalentes, etc., alimentando, al unísono, la frustración y la esperanza en la salvación de todos los males.

Vetos, líneas rojas, cordones sanitarios para proteger nuestro paraíso terrenal, el cual se vende como posible diciendo que hay reglas para lograrlo, pero desgraciadamente hay unos malos, muy malos, que nos lo impiden. Pedimos un paraíso que es lo ‘natural’, lo que el pueblo quiere, lo democrático. Ese es nuestro conflicto que exige solución, que se arregle, queremos una solución, la nuestra, la única posible, la única que nos permite alcanzarlo y… ver la luz.

Sin embargo, si observamos lo que hay debajo de la superficie del mar, veremos unas corrientes marinas que mueven lentamente ingentes cantidades de agua a grandes distancias, con distintas temperaturas, que influyen sobre el clima, la fauna, la flora y, por tanto, sobre nuestras vidas. Un buen analista es capaz de observar esas corrientes, su dirección e intensidad y, por tanto, intuir los cambios que conllevan. Tarea nada fácil, por eso hay tan pocos analistas y, por contra, multitud de tertulianos.

Se trata de las corrientes del calentamiento global; de la descarbonización energética; de la emigración y envejecimiento de la población; de la tensión entre el fortalecimiento de las regiones geopolíticas (UE) y los nacionalismos; de los cambios en la producción y en el consumo (plásticos, transporte, carne, etc) en relación a la contaminación y a la salud; de la igualdad real entre mujeres y hombres en todos los ámbitos (públicos y privados); de la creciente diferencia entre ricos y pobres; de la tensión entre la libertad de identidad y la identidad colectiva del comunitarismo, etc.

Ya, pero «en esos marcos faltan las personas», me espetó mi amigo. A lo que añadí, «sigue contemplando el mar, sus olas y corrientes y verás también una gran barcaza llena de personas que se mueven de un lado para otro». Hay un equilibrio inestable de fuerzas, a veces escoradas hacia un lado, y a veces hacia el otro. Hay peligro de volcar si todos vamos para un mismo lado o si nos zarandean olas, corrientes marinas y viento. Solo la posible impericia humana puede hacer que se hunda o se abran vías de agua.

Ante tal desasosiego, han resurgido viejas ideologías que nos prometen alcanzar un puerto seguro y, de ese modo, salvar a los nuestros. Los otros, que se busquen su refugio. Ahora el espejismo es buscar una paradisíaca cala en la que protegerse y ocultarse (nacionalismos, populismos, etc), ilusiones a las que aferrarnos, pero, en realidad, hace ya unas décadas que se acabaron los puertos seguros a los que dirigirse (las grandes ideologías salvadoras y omnicomprensivas).

La barcaza necesita ser guiada por personas que sean conscientes de que las ideas y proyectos están para ser contrastados, que llegar a acuerdos es ganar todos, que las personas siempre son respetables y son lo primero, y que la violencia, la mentira y la trampa nos agotan y consumen una cantidad ingente de fuerzas que necesitamos para superar retos más importantes.

Sin embargo, seguiremos agitados en alta mar ya que tenemos una clase política dirigente que se guía por la teoría del tiovivo, que explica cómo mantenerse siempre cerca del timón de la barcaza. Lo importante es no bajarse nunca del tiovivo, y así, unas veces tocará caballito, otras cerdito y, también, camión de bomberos con campanilla y todo. Aunque, en mi opinión, se asemeja más a una visión de la política como un reparto del poder siempre entre una élite: ahora me toca a mí, ahora toca esto, ahora no toca hablar de aquello, etc.

De todos modos, mi amigo y yo pasamos un buen rato tomando un refresco para olvidarnos durante un rato del sofocante calor.