MANUEL MONTERO-EL MUNDO

Si se anunciase la llegada a la ciudad de un mono que toca el piano la expectación sería enorme. No es cosa que se vea todos los días y, llevados por la curiosidad, acudiríamos en tropel. Si el mono ejecutase alguna pieza de forma reconocible nos haríamos lenguas de su habilidad, lo nunca visto. Recomendaríamos a los amigos que fuesen a escuchar al portento. Resultaría improbable, sin embargo, que tanta satisfacción se debiese a la calidad de la interpretación, que toque a Beethoven de forma estupenda. Nos conformaríamos con que sonara algo, algunas notas mal hilvanadas. Sin embargo, dada nuestra tendencia al papanatismo, quizás algunos lo considerarían un gran intérprete, el rey de los pianistas. Es la costumbre: juzgar por elevación.

Por vías distintas, algo parecido pasa ahora. En Galdakao, donde manda Bildu, van a organizar una exposición de cuadros pintados por Jon Bienzobas, el asesino de Francisco Tomás y Valiente. No es improbable que tenga enorme éxito de público, fidelidad ideológica obliga. En este caso el síndrome del mono pianista tiene una dimensión distinta a la descrita, pero presenta sus puntos de contacto. No parece probable que tal exposición se organice por los méritos artísticos del autor, que no deben de ser muchos, puesto que ni siquiera los han alegado como excusa. Ni siquiera han sugerido que tal muestra es una contribución a su reinserción social (seguramente los suyos lo ven bien insertado). La notoriedad del sujeto arranca de su contribución a la causa terroristas, de la que no hay noticias de que se haya arrepentido.

La propia ausencia de excusas que invoquen algún merecimiento artístico o conveniencia personal refleja bien la forma descarnada con que esta gente entiende ha de tratarse a sus héroes. En su ambiente, seguramente el presunto pintor pasa por tal gracias a los delitos que cometió. Le quieren venerar, pues el ongi etorri triunfal queda lejos, por la duración de la condena. Darán la explicación que quieran, pero el fondo de la cuestión no ofrece dudas. Subyace un ‘tour de force’: tienen el Ayuntamiento y lo usan para lo que más les interesa, enaltecer a un miembro de ETA, su principal razón de ser. Sus criterios son los de siempre, incombustibles, alejados de la lógica democrática, de la lógica y de la democracia.

Al final, todos los desplantes de los herederos de HB no son sólo eso. Constituyen la expresión/imposición de sus balandronadas, los antivalores que caracterizaron al antiguo MLNV. La bravata no ha de entenderse como un desahogo, sino como la esencia del posicionamiento. Gritar ‘Jo ta ke irabazi arte’ no era propiamente ideología, pero hacía sus veces. «Zu cabrón [aquí el nombre del que se desea muerto] entzun, pim pam pum», miles de personas gritándolo sería un detritus miserable, de rasgos totalitarios, pero servía para forjar una comunidad ideológica en torno a la apología de la muerte. Conviene no profundizar sobre el vacío intelectual que le daba aliento. Otras veces el mono pianista no es el homenajeado, sino los propios homenajeadores, que quieren hacerse pasar por demócratas sin abandonar su vocación de destripadores. Como en el caso del mono que toca el piano, estamos dispuestos a admirar el paripé.

ETA ya no mata -por lo que se colige, no por falta de ganas, sino por la derrota-, pero las limitaciones políticas y la ambición monolítica de sus seguidores, que en esto salen al padre, les lleva a pedir que ni PP ni Ciudadanos hagan actos públicos en Euskadi. Que disturban el orden, vienen a decir estos angelitos, tan preocupados siempre por la concordia ciudadana. Nada les molesta más que alteraciones anímicas en los barrios y los pueblos. La cabra tira al monte y les sale de dentro la ambición de convertir su Euskal Herria en un erial ideológico. Fue un error pedirlo, se excusan ahora, pero ya quedó echada la piedra y esbozado el sueño de un mundo sin PP ni Ciudadanos. Ya les llegaría su momento a PSOE, PNV y Podemos, no necesariamente por ese orden. En la liquidación de discordantes todo es empezar.

Nada nuevo bajo el sol, por tanto: fascinación por el terrorismo y un futuro imaginario en el que la izquierda abertzale dicte quién puede expresarse públicamente. Viene a ser el propósito fundacional desde que emergió ETA y engendró la hidra. El mono tocará el piano, pero persisten sus limitaciones originales.

La contumacia fanática de esta gente, siempre aferrada a sus tics, hace sorprendente la facilidad con la que se les otorga el salvoconducto de demócratas de toda la vida. Quieren los cuadros en Galdakao para homenajear al asesino, pero si se critica el atropello no nos libraremos de sus discursos sobre derechos humanos, políticas penitenciarias y reinserciones. La palabrería al servicio de la imposición.

No hay síntomas de que esta gente haya evolucionado desde los tiempos en que pedían muertes -pim, pam, pum-. Son las mismas estructuras mentales que buscaban liquidar a sus enemigos. No se entiende la frecuencia con que se les blanquea, atribuyéndoles propósitos demócratas de los que carecen. Todo se mueve en torno a su admiración por ETA. Lo demás no cuenta. Para ellos, lo importante es homenajear al terrorista. ¿Es la fascinación por el mono que toca el piano? En este caso ni siquiera harían faltan habilidades artísticas. En su mundo ideal cualquier excusa es buena para mostrarnos a sus héroes. Quieren que sean los nuestros.