JORGE DEL PALACIO-El Mundo

Uno de los principales retos a los que Pedro Sánchez ha tenido que hacer frente desde su reelección como secretario general del PSOE ha sido la recomposición de la unidad del socialismo español. El Comité Federal del 1 de octubre de 2016, que terminó con la dimisión del propio Sánchez, dividió al PSOE en dos y el proceso de primarias que siguió no hizo sino ahondar la fractura interna del partido. La Escuela de Buen Gobierno organizada por el PSOE la pasada semana debía contribuir a proyectar una imagen de unidad ante la opinión pública. Sin embargo, las notables ausencias que ha registrado, empezando por la de Felipe González, parecen indicar que existen importantes resistencias frente a un proceso de cambio en la naturaleza del partido.

Buena parte de estas resistencias se inscriben en la misma lógica política que llevó a Sánchez a su reelección. Su éxito se basó en un discurso que enfrentaba a la militancia con el aparato del partido, presentándose como la voz de los primeros y explotando el ambiente de crisis generalizada de las formas de mediación y representación política. Se trata del mismo esquema que ha inspirado su transformación del proceso de toma de decisiones del partido, otorgando más poder a la militancia en detrimento de los órganos tradicionales de representación del partido. Paradójicamente, la misma estrategia que ha permitido a Sánchez reconquistar el poder en el PSOE a través de las primarias es lo que condiciona hoy su capacidad para integrar a toda la organización en un proyecto común.

Hoy en día existe un consenso positivo en torno al valor de las primarias como método para la elección de nuevos liderazgos frente a otro tipo fórmulas congresuales. En un plano sistémico, las primarias contribuyen a democratizar la vida política aumentado los espacios de competencia, participación y deliberación. En tanto que organizaciones, las primarias permiten a los partidos relegitimarse simbólicamente renovando y fortaleciendo el vínculo entre el líder y la militancia. Sin embargo, la ilusión de un mayor grado de democratización de la vida política con las primarias no debería obviar algunas debilidades y problemas asociados a su práctica. Pues las primarias también pueden poner en marcha lógicas de personalización del partido y centralización del poder. Sobre todo cuando las candidaturas no compiten en torno a ideas y programas que a pesar de sus diferencias comparten un fondo común, sino que se presentan como alternativas excluyentes.

Los partidos nuevos asumen con menos resistencias las lógicas inherentes a la personalización del poder. Sin embargo, los partidos tradicionales como el PSOE, vinculados a la representación de una identidad colectiva, con una importante implantación territorial y dotados de contrapesos efectivos al poder del líder, soportan peor las dinámicas personalizadoras. Por eso la reelección de Sánchez y su proyecto de liderar el PSOE apoyándose en la militancia suponen mucho más que un cambio de liderazgo para el partido. Suponen, en última instancia, un cambio de modelo de partido que implica una nueva concepción del poder, su legitimidad y su reparto.