El orgullo griego

ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 07/07/15

· Décadas de envilecedora convivencia con el nacionalismo no son capaces de rebajar ni por un instante mi profunda admiración técnica por él. Grecia es el último e infalible ejemplo. El orgullo griego, van diciendo, y creyéndolo. Ahí está esa foto, una entre mil, en Syntagma, de jovencitos partidarios del no, desgañitándose con el himno nacional. La suerte inmensa de disponer de un himno sin letra, eso pienso para empezar: se limitan enormemente las posibilidades de hacer el ridículo.

Pienso también en eso del no. Es una cuestión igualmente técnica, pero interesante. No sé si hay precedentes de un referéndum que haya convocado un gobierno para pedir el no a sus súbditos. Y digo súbditos porque un referéndum siempre otorga esa binaria condición a los otrora ciudadanos. Pero es que la treta de Tsipras fue hacer creer que el referéndum lo había convocado la Unión. Solo así pudo llenarse la boca de orgullo. El orgullo griego. Uno de los mantras más lastimosos de nuestra época. El orgullo de un Estado fallido.

Cualquier Estado europeo atraviesa sus crisis de autoestima. Francia y su periódica pregunta: «Où sont les grands hommes». Italia, y la evidencia de que la unificación sigue pendiente. Gran Bretaña, y sus infamantes dudas acerca de que el continente siga aislado. Alemania, y el último neonazi detenido. Y no hablaré de España y su cascado dolor de serlo. En agudo contraste, la orgullosa Grecia. Toda Europa ha atravesado la misma crisis. A ningún país se le ha ocurrido echar la culpa a Europa.

Se la han echado a los políticos, a los banqueros y al capitalismo, tout court. En algunos lugares, como España, unos españoles se han echado violentamente contra otros. La sucia España del escrache. Pero sólo los griegos han sabido encontrar el eficacísimo remed(i)o del enemigo exterior. La crisis se vive en Europa con amargura y resignación. En Grecia se añade una orgullosa alegría institucional. ¡La hybris! La arrogancia que Hesíodo (a ver si voy a ser el único español que no se hace un griego) oponía a la ley.

El mito de los caracteres nacionales hizo también de los españoles un pueblo de hidalgos orgullosos. Envueltos en un hosco silencio no alardeaban de su dignidad, porque sabían que era la única cosa que podían llevarse a la boca. El innegociable nacionalismo de uno. El que tanto contrasta con el orgullo colectivo griego, otra de sus infraestructuras impensables sin la subvención de los fondos de cohesión europeos.