IGNACIO CAMACHO-ABC

La España de las banderas es un estado de opinión que ha dejado un capital político al alcance de quien sepa apropiárselo

EL fenómeno más positivo, quizá el único, de la crisis catalana de octubre fue la espontánea oleada de patriotismo reactivo que apareció expresada en millares de balcones engalanados con banderas. Bajo la bonanza de este otoño templado aún siguen ahí colgadas, también en Cataluña, muchas de ellas. Ese movimiento de rearme moral, que debería haber estimulado la respuesta constitucionalista, sorprendió sin embargo a un Gobierno que se sintió estorbado en su estrategia; Rajoy sabía que la marea rojigualda no era sólo un gesto de apoyo sino un exigente clamor que cuestionaba su forma de abordar el problema. Ante el crecido desafío independentista, las fachadas de España reclamaban en silencio elocuente un ejercicio de autoridad democrática mientras el Gabinete acumulaba agravios a base de paciencia. 

Frenada finalmente la revuelta separatista, la España de las banderas ha dejado un notable capital político al alcance de quien sepa apropiárselo. Un estado de opinión antinacionalista, harto de cesiones y componendas, capaz de movilizarse por su cuenta para expresar su cansancio. Una sacudida social de irritación ante el chantaje histórico del soberanismo y su eterno tostón identitario; una demanda civil de firmeza patriótica que lleva dos meses a la espera de un liderazgo. Y puede haberlo encontrado en un Albert Rivera dispuesto a encauzar ese descontento para asentar el segundo despegue de Ciudadanos. 

Frente a la trabazón dinástica del PP, hipotecado por el pragmatismo marianista y las servidumbres institucionales del Gobierno, C´s es un partido post-constitucional que no se siente atado a los viejos consensos. Hasta ahora se movía en los márgenes del voto decepcionado, fundamentalmente joven, de derecha y de centro, pero Rivera ha atisbado la posibilidad de crecer explotando la frustración de muchos electores maduros hastiados de una política que en vez de combatir al nacionalismo trata de contentarlo con ofertas de apaciguamiento. Sin responsabilidades de poder está en condiciones de capitalizar el rebrote de españolidad igualitaria con un discurso de contundencia que ni el PP ni el PSOE pueden asumir sin graves riesgos. Y que de hecho ha desatado la irritación de las dos grandes fuerzas sistémicas, unidas en una pinza para achicarle el campo acusándolo de limitarse a la superficial retórica de los gestos. 

Pero algo sucede cuando C´s aparece en las encuestas como la marca que mejor ha rentabilizado en todo el país, no sólo en Cataluña, el malestar contra el independentismo. Quizá simplemente sea la que mejor ha leído en las banderas el surgimiento transversal de un nuevo caudal político, frente a un bipartidismo entumecido por décadas de compromisos. Su pujanza amenaza, en cualquier caso, la actual correlación de fuerzas y puede desequilibrarla si no cae en un habitual peligro: la propia sobrevaloración que provoca el narcisismo..